Capítulo 49.

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                         La luz se cuela por las persianas que evitan que entre la luz de la mañana de manera directa. Bostezo lentamente, girando sobre mi propio eje para acabar cara a cara con el rostro dormido de Diego.

Sus labios están entreabiertos y respira de manera pausada, relajada, como si todo estuviera bien. La luz entra por detrás de él, causando que esté a contraluz pero, aún así, puedo ver a la perfección al hombre que yace a mi lado.

La sábana color marino cubre nuestros cuerpos, nuestros pies se encuentran en contacto y mi mano acaricia su brazo. A su vez, observo todas las pecas que cubren todo el puente de su nariz y debajo de los ojos, perdiéndome en esa constelación tan bonita.

Ayer acabé dormida en el sofá, olvidándome por completo de la película que estábamos viendo y sin saber aún cómo acabé aquí. A pesar de eso, estoy bien a su lado, notando su cuerpo.

Observo su relajado rostro, metiendo mis manos debajo de mi almohada mientras estoy de lado, contemplándole. Y me doy cuenta de que, aunque lo parezca, no ha pasado tanto tiempo como parece.

Si alguien me hubiera dicho hace medio año que me enamoraría de él, no me lo hubiera creído en ningún momento. Y a pesar de aquello, creo que aún así me habría enamorado de él porque es algo inevitable.

Desde que lo conocí me ha cambiado la forma de apreciar la vida, de luchar por lo que quiero y ser más valiente.

Observo su rostro dormido, estando de lado y sintiendo como su respiración casi roza mi nariz. Lentamente, empiezo a acariciar su pelo mientras lo observo dormir tranquilamente y no puedo pensar en otro sitio donde estar ahora mismo.

Nunca podría haber creído que alguien me haría sentir todo esto que veo ahora mismo, y menos el mejor amigo de mi madre que conozco desde pequeña. Y la manera en la que lo siento, en cómo me hace sentir cuando estoy junto a él, no la cambiaría por nada del mundo.

Me levanto de la cama, tocando el frío suelo con mis helados pies y buscando los calcetines que llevaba y que, probablemente, se han perdido durante la noche en la cama o por alguno de sus alrededores.

Nada más encontrarlos, me dirijo hacia la cocina y saco de la nevera la leche de arroz, preparándome un café para después salir a la terraza.

Tomo asiento en uno de los bancos, poniendo mis pies sobre la mesa de madera de enfrente y llevando la taza a mis labios, contemplando el claro día que hace hoy. A lo lejos, escucho ruido en la cocina y sé al instante que se ha despertado.

–Buenos días —entro en la cocina, sentándome encima de la encimera—. ¿Te he despertado?

Se gira para verme, mirándome directamente a los ojos. Deja la cafetera y camina hacia mí, quedándose frente a mi cuerpo.

–No, pero me he dado cuenta de que no estabas y no quería estar ahí sin ti —su voz dormida inunda el lugar—. ¿Cómo has dormido?

–Bien, menos por tus ronquidos.

Su ceño se frunce, confuso.

–Yo no ronco.

Asiento, aparentando seguridad.

–Sí que roncas, Diego. ¿No te escuchas? —reprimo la risa— ¡Incluso los vecinos deben haberte oído!

Sonríe, posando cada una de sus manos a cada lado de mi cuerpo.

Lo último que recuerdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora