Nunca había visto una mirada como la que me está dedicando justo ahora Diego, sentando en una silla situada al lado mío. Tenemos entablada una conexión visual y ya no hace falta decir nada más porque las palabras ahora mismo sobran y se ha creado una atmósfera en la que nos comprendemos a la perfección.
La última vez que lo vi fue hace dos semanas y ahora, teniéndolo frente a mí, parece que no ha sido tanto. Siento como que este tiempo que ha transcurrido no ha cambiado nada en cuanto a mis sentimientos, ya que su mera presencia me provoca incluso más que antes.
Una sonrisa brota de mis labios y sus ojos se quedan fijos en ella, tomándome la mano mientras seguimos sin decir nada. Mueve la silla, acercándose más a mí y apoya ambos de los codos sobre el colchón, mirándome.
–¿Puedo hacerte una pregunta sin que te enfades?
Frunzo mi ceño y asiento.
–¿Por qué me quieres? Es decir... te he roto el corazón tantas veces que por mucho que me quisieras tendrías que alejarte de mí, mandarme a la mierda incluso.
Me quedo observando su rostro mientras se encuentra hablando, escuchando su voz retumbar en la habitación por completo. Y, cuando acaba de hablar, me acomodo de una manera mejor en la cama.
–¿Eres idiota? —lo observo sin comprender. Diego está escuchándome atentamente— No puedo dejar de quererte por más que quiera, y tampoco voy a intentarlo. Ya no sé que es vivir un día sin quererte, Diego.
Se queda completamente callado, apretándome con fuerza la mano que me tenía cogida a la vez que yo miro todo su rostro, contemplando su expresión facial. Pasa sus dos manos por el pelo después de haber soltado la mía y, cuando me mira, el corazón me late violentamente.
–Perdón —se limita a decir, y ante mi cara de confusión prosigue—. Nunca debería de haberte hecho todo ese daño. Siempre me prometí no herirte y lo he hecho ya tantas veces que no me puedo sentir más decepcionado; y es por eso que te lo he preguntado, Esther, porque yo no te merezco.
–No seas así —murmuro, acercándome a él y tomando su rostro entre mis manos—. No sé si lo sabías, pero mi madre me dijo que de los errores se aprende, así que ya vas aprendiendo algo. Además, sí que mereces mi amor, como yo el tuyo, porque eres tú y nadie más. Eres... no puedo encontrar una palabra que te describa a la perfección, pero eres lo mejor para mí.
No dice nada y se queda mirándome a los ojos de una manera muy profunda, llegando a mi alma por completo. A la vez, sus manos acarician mis caderas mientras se pone en pie y yo me recuesto en la cama con mis brazos rodeando su cuello.
Acerca su rostro al mío, rozando su nariz con la mía mientras no me deja de mirar en ningún segundo. Mis pulsaciones se incrementan y él lo sabe, al igual que yo sé las ganas que tiene de besarme ahora mismo.
–No podría imaginarme una vida sin ti, Esther.
***
6 días después...
Aparco el coche frente al portal, notando su mano subir lentamente por mi muslo descubierto gracias al vestido que me he puesto para ir a cenar esta noche. Su aliento cae, inesperadamente, sobre mi cuello mientras sus húmedos labios besan esa misma zona, provocado una tirantez en mi sexo.
–La tarta de queso estaba buena, pero tú... Joder, tú eres de otro universo —su voz ronca recae sobre mi oído, haciendo que note al instante un escalofrío por mi columna, de arriba a abajo.
Juguetonamente, me besa la mejilla mientras se acerca a la comisura de mis labios y su mano se adentra entre mi ropa interior. Y yo tampoco me quedo atrás.
–Vamos a tu casa —murmuro, mirándole a los ojos directamente—. Creo que tu cocina necesita un gran repaso.
Me dedica una felina sonrisa mientras sus ojos derrochan fuego y una completa lujuria. Bajamos del coche y lo cierro, notando sus brazos rodearme desde atrás y sus labios caer sobre mi cuello de nuevo, provocando que esta vez sí que gima.
Entramos en su casa y no le doy tiempo a cerrar la puerta, ya que le estoy quitando al instante la ropa. Le beso sin poder aguantar más, llevando ambas de mis manos a su trasero y apretándolo durante todo el proceso, masajeándolo como si no hubiera un mañana.
–Espera —murmura, separándome de él—. Voy a por el condón.
Se marcha y yo me subo a la encimera, quitándome la ropa a excepción de la interior y esperándole tumbada sobre el frío granito. Y, cuando aparece, se queda completamente quieto mientras me ve ahí, desabrochándome el sujetador frente a sus ojos.
–Tardabas mucho —me encojo de hombros, dándole la explicación mientras Diego se acerca a mí, tocándose por encima de los pantalones la evidente erección.
Dejo que me quite lo que me queda de ropa y yo la suya, sentándome de nuevo en la encimera mientras se posiciona entre mis piernas, besándome como si no hubiese un mañana. Sus uñas se clavan en mi espalda y las mías en su trasero.
Empieza a embestirme con fuerza, rudo, y yo no me quedo atrás. Muerdo su hombro, cuello y pecho durante todo el acto, dejando unas más que evidentes marcas mientras no paro de moverme encima de él al haber cambiado de postura de nuevo.
Nuestros cuerpos sudan sin parar, emitiendo una calor que nos envuelve por completo y a mí me proporciona tal confort que me siento más completa que nunca.
Sus manos se encuentran situadas sobre mis caderas, gimiéndome en el oído sin censura alguna y arañándome la espalda al igual que yo la suya. Me muerde y succiona los pechos, provocando que yo estire su pelo más de lo normal y lo bese con una fuerza que no sabía que tenía.
Pasamos de la encimera de la cocina a la lavadora, después al baño y el suelo. Y, finalmente, a la pequeña terraza que tiene sin importarnos el frío que hace a principios de marzo durante la madrugada.
Mis gemidos y sus jadeos se escuchan por todas parte, e incluso el sonido de nuestras partes chocar. A pesar de eso, no nos separamos ni un segundo del otro, moviéndonos sin parar y proporcionándonos placer como nunca.
Sus brazos me rodean por completo, notando su cálida piel cubrirme todo el cuerpo y llevándome hasta el éxtasis de una manera brutal e incontrolable. Observo sus labios durante unos escasos segundos, sorprendiéndome ante lo rojos que están, pero dejo de tomarle importancia ya que vuelve a besarme.
–Dios... Eres una diosa —me gime al oído, apretando las yemas de sus dedos sobre mi espalda para después morderme el culo.
Hace eso tantas veces como quiere para después practicarme sexo oral, causando que tire varias veces de su pelo con más fuerza que antes. Y, cuando acaba, se sube encima de mí y me mira con aquellos ojos de fuego mientras se pone otro preservativo.
Y mi alma se va al infierno a pesar de sentirme en el séptimo cielo.
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Lo último que recuerdes.
عاطفيةEsther nunca ha querido u amado a alguna de sus parejas, pero Diego sí. Él ha entregado su corazón ocasionando que se lo rompan, y ella ha roto el de los demás. Pero... ¿Qué pasaría si un día tuvieses sentimientos por el mejor amigo de tu madre? ...