Capítulo 29.

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                        El frío empieza a adentrarse en mi cuerpo ya que sigo fuera del coche, observando el lugar por donde se ha marchado hace unos minutos. Finalmente, abro la puerta del coche y lo pongo en marcha pero no empiezo a conducir hacia mi casa, si no que marco que teléfono de Saray.

–¿Qué quieres? —se puede escuchar de fondo la televisión.

–¿Puedo ir a tu casa? Yo... Saray, no estoy bien —miro el techo del coche para intentar que las lágrimas no vuelvan a caer e intentar mantenerme lo más calmada posible.

–¿Qué ha pasado?

Cuando hace esa pregunta, todo vuelve a mí: el beso, sus confesiones, su mirada... y rompo a llorar. Escucho de lejos a Saray pero hago caso omiso a lo que dice, ni llego a entenderlo, ya que solo estoy centrada en el dolor tan grande que estoy sintiendo debido a lo dicho por Diego.

–Quédate a dormir a mi casa, pero avisa a tu madre antes —Saray me dice poco antes de colgar.

Al hablar con mi madre, le digo que mi mejor amiga ha tenido un problema con su pareja y que me ha pedido que pase la noche con ella, así que no me pone pega alguna y me pide que conduzca con cuidado. Mientras hago eso, en cada semáforo en rojo me da tiempo a volver a hacer memoria y noto de nuevo sus labios sobre los míos.

Saray me abre la puerta nada más avisarle de que estaba allí, y cuando ve mi rostro descompuesto, no dice nada y me abraza en el umbral de la puerta mientras yo la aprieto contra mi cuerpo sin parar de llorar.

–¿Qué ha pasado, cariño? —murmura, separándose un poco de mí y limpiándome las lágrimas.

Veo a Laia aparecer también y se acerca.

–No iba a quedarme en casa estando tú así —se explica.

La abrazo a ella, y mientras tengo los ojos cerrados, mi mente vuelve a reproducir el tacto de sus labios sobre los míos y como paseaba sus manos por mi cuerpo. Por unos segundos, creo oler de nuevo su perfume pero lo descarto en cuanto abro los ojos.

Nos sentamos en el sofá y empiezo a narrarles todo lo sucedido, y cuando cuento todo lo que me dijo, no puedo aguantar más. Nunca antes me había encontrado en una situación así.

–¿No estarán liados ellos dos, no?—pregunta Laia.

Niego con la cabeza.

–Yo creo que en parte lo entiendo —esta vez habla Saray, quien empieza a gesticular con las manos—. Vamos a ver, él te quiere y eso está claro porque no hubiese arriesgado todo por intentar arreglarlo, pero... No lo sé, Esther, ¡debe estar acojonado! Eres la hija de su mejor amiga, a la que prácticamente ha visto crecer y ahora está enamorado de ti —los ojos de mi mejor amiga se posan en mí—. Es normal que tenga miedo.

–Pero eso no explica su actitud —la contradigo, apretando un cojín contra mi pecho—. Vale, que sí, que puede tener miedo, pero no me jodas que no tendría que haberme correspondido al beso sabiendo que eso no estaba bien. No debería yo ni tan siquiera haberle besado...

–Hiciste en ese momento lo que creías oportuno y no debes arrepentirte ante eso, ¿no crees? Al fin y al cabo, ya está hecho.

Asiento y me coloco bien en el sofá.

–Vale, sí, tienes razón —concuerdo con Laia, mirándola a las dos—. ¿Pero ahora qué hago? ¿Cómo voy a mirar a mi madre a la cara después de todo esto, sabiendo que mientras ella está cabreada con él yo le he besado? —llevo mis manos a mi rostro, revolviéndome poco después el pelo—. Esto no debería de haber pasado... Todo está mal. Yo... ya no sé que hacer. Duele mucho.

Lo último que recuerdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora