Capítulo 48.

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                     Sus ojos escanean mi rostro por completo mientras me encuentro en el umbral de la entrada, esperando a que conteste ante lo que le he dicho. Mis ojos se fijan en los suyos, los cuales no pueden dejarme de mirar, al igual que yo.

Me inquieto durante un rato, pensando que me va a rechazar y no va a querer mantener una conversación. Y yo jamás había hecho eso porque no había considerado la importancia de la situación y el miedo a perder a mi pareja.

Se hace a un lado, dejándome pasar a su apartamento y, mientras paso, noto su cuerpo rozar con el mío. Entonces, mi mente vuelve a hace unas horas cuando nos hemos vuelto a ver y recuerdo a la perfección cómo estábamos abrazados en la playa mientras hablábamos del tiempo que ha estado de viaje.

Noto su cuerpo detrás de el mío con unos centímetros de distancia, así que me permito disfrutar de su cercanía, ya que ha estado alejado durante un largo periodo de tiempo.

Tomamos asiento en el salón, y esta vez nos sentamos los dos en el sofá. Sus ojos, durante todo el proceso, no me han dejado de mirar en ningún momento y me pregunto lo que realmente puede estar pensando.

–Dije que necesitaba tiempo.

–¿Y por qué me has dejado entrar? —cuestiono, ladeando mi cabeza esperando su contestación.

–Porque también quiero luchar por ti y por lo que tenemos —sus ojos, fijos en los míos, cambian de expresión—, pero aún así no puedo evitar recordar lo que hiciste.

Trago saliva.

–Jamás te sería infiel si piensas eso, Diego.

–Pero eso ha sido... —sus ojos se desvían, mirándose las manos—. Me ha dolido mucho, Esther.

Ante lo que sucede, me acerco a él rápidamente, pegando rodilla con rodilla, y sintiendo su cuerpo más cerca del mío. Miro su rostro centímetro por centímetro, analizando su expresión mientras mis manos se acercan a su rostro y lo acaricio, acunándolo entre mis manos.

–Por favor, no estés así —susurro, pidiéndolo—. Lo siento, de verdad. No volverá a pasar. Lo prometo.

Y no responde.

–Diego, por favor.

Sus ojos, finalmente, me miran tras un largo rato y por fin puedo calmarme al verle más relajado y que su expresión no es la misma que hace unos minutos.

–Quiero cabrearme contigo, pero no puedo —sus ojos empiezan a aguarse mientras pronuncian esas palabras—. Te voy a seguir queriendo a pesar de todo lo que suceda y necesito que, si de verdad te arrepientes, que me lo demuestres.

Lo miro, asintiendo ante lo que dice.

–Lamento mucho que haya pasado todo esto, es lo que menos quería —aseguro, tomando sus manos—. Jamás había sentido todos estos sentimientos que tengo por ti, Diego, y nunca me arriesgaría a hacer algo para perderte. Eres lo mejor que me ha pasado en este tiempo y no podría dejarte escapar.

–No digas eso para intentar disminuir todo el dolor.

Niego con la cabeza.

–No lo hago con ese fin... de verdad. No lo hago con esa intención.

Él se queda quieto, con la misma expresión que ha tenido a lo largo de toda la conversación, mientras sus ojos no dejan de estar fijos sobre los míos. A su vez, me pregunto qué cosas deben estar pasando por su cabeza de nuevo y si podré llegar a saberlas.

Lo último que recuerdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora