Capítulo 22.

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‑¿Qué haces? — la voz de Fran irrumpe en mi habitación, rompiendo por completo el silencio.

Alzo mi mirada y veo como sus ojos se fijan en el papel que acabo de leer, así que se lo tiendo y, cuando acaba, se rasca la barba y mira la carpeta.

‑¿Estás bien, Esther?

‑¿Y tú?

No me mira y sé que intenta decirme de manera convincente lo bien que está, aunque sé que no es así.

‑Se me hace muy duro no estar con él — su voz es distinta, lo que me da a intuir que va a romperse —. Echo muchísimo de menos a papá, Esther.

Lo atraigo hacia mis brazos, rodeándole con ellos y posando él su cabeza en uno de mis hombros, presionando sus dedos sobre mis lumbares cuando sus manos se posan ahí. El pecho empieza a vibrarle lentamente debido al llanto.

‑Los días que estuve con Sofía evité derrumbarme frente a ella, lo que menos quiero es preocuparla más de lo que ya está — me confiesa, separándose de mí para limpiar sus mejillas —, como tú y mamá. No quiero que os preocupéis de mí tanto.

‑No puedes pedirme eso. Eres mi hermano, Fran, me voy a preocupar por ti quieras o no. Sé que estás pasándolo mal, pero sabes que estamos las dos aquí para ayudarte y consolarte, Sara también.

‑Has crecido mucho — murmura, acariciándome la mejilla lentamente con su mano —. No sabes lo que me duele no haber estado contigo al encontrar tú a papá, has debido pasarlo muy mal.

‑Pero ahora estoy mejor, Fran, solo me preocupas tú y mamá. No quiero veros así.

Baja su mirada, suspirando y sentándose en mi cama.

‑¿Por qué debía morir papá, Esther? Era muy joven. Si hubiese estado yo allí...

‑No — le corto —, yo tendría que haber estado allí, Fran. Tú ya hiciste planes la semana antes y supuestamente yo iba a quedarme con papá pero decidí irme con Saray y Laia. Fue mi culpa.

‑No, no, no — se pone el pie, sujetando mi rostro entre sus manos —. Tú no tienes la culpa de nada, Esther. No la tienes, ¿vale? No la tienes...

Niego con la cabeza, retrocediendo.

‑Sí que la tengo, Fran — mi voz se quiebra y ya no sé qué hacer para aguantar las lágrimas —. Tendría que haber estado allí, junto a él, y ahora estaría vivo y me metería todas esas broncas que a mí me sacaban de quicio y tú te reías porque papá me reñía a mí, o al revés.

>> Si hubiese estado allí, no me hubiese encontrado su cuerpo muerto en el suelo y tampoco estaríamos así todos ahora. Esto lo causé yo al ser una imbécil por preferir ir a ver a mis mejores amigas que quedarme con mi padre. Todo es mi culpa, Fran. Todo.

Mi hermano mayor me ha estado escuchando sin decir nada en ningún momento, lo cual agradezco. Y nada más acabar, me rodea con sus brazos.

‑No, Esther, no tienes la culpa de lo que pasó. Hacía tiempo que no las veías y podíais justo ese día. No te culpes, por favor, porque no es verdad — susurra en mi oído.

El resto del día nos pasamos mi hermano y yo juntos en la habitación abrazados durante un largo rato en mi cama, y cuando él se quedó dormido en mi pecho, decidí ir a la cocina a por un vaso de agua, encontrándome a mi madre con Diego y Alicia.

Mis ojos tan solo se fijan en el hombre, quien lleva puesto un jersey color vino encima de una camisa blanca y resalta su piel y pelo de color negro. Y, cuando me mira, noto mis pulsaciones incrementar como si acabase de hacer una competición.

Lo último que recuerdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora