Capítulo 27.

1.6K 105 12
                                    

3 días y medio después...

Escucho risas en el salón nada más entrar en casa y frunzo mi ceño ante eso. Si no recuerdo mal, Fran me dijo que traería a su novia y no a amigos, pero cuando entro allí, veo que son los de mi madre.

Rápidamente busco el rostro de Diego, pero no lo encuentro. Los ojos de mi madre me miran y se pone en pie, acercándose para darme un beso en la mejilla.

—¿Qué tal la universidad?

Asiento, dejando el bolso en una silla.

—Bien —murmuro, saludando después a los demás. Me acerco nada más acabar de nuevo a mi madre—. ¿Y Diego? Él siempre viene a las cenas que hacéis.

Ella se gira y rápidamente sé que algo ha pasado por su expresión facial. Hago memoria y supongo que tendrá que ver con los minutos antes de que yo entrase a la cocina, ya que vi a Diego con la cara descompuesta al salir mi madre de allí.

—Por una serie de motivos nos hemos distanciado —ella murmura, sirviéndose una copa de vino blanco. Relamo mis labios, me encanta ese vino—. Cuando seas mayor lo entenderás.

Frunzo mi ceño.

—¿Pero de qué estás hablando ahora? Siempre me llevas diciendo esa frase desde que tengo uso de razón y no sé por qué —murmuro exasperada —. Él es tu mejor amigo, y la verdad es que no sé por qué ha pasado algo tan drástico para que en menos de una semana os hayáis dejado de hablar.

No debería defenderle siendo sincera, pero tengo que ocultarle a mi madre todo lo sucedido, y apoyarla en su relación con Diego; porque gracias a su ayuda, he visto a mi madre mejor que nunca.

Se queda estática, mirándome de esa manera en la que siento que me analiza por dentro y yo creo, por unos segundos, que descubre lo que pasó después de irse ella de la cocina. Finalmente, guarda la botella en la nevera y se dispone a salir.

—Hay veces que las cosas no se pueden arreglar por muchas causas, Esther.

—Dime cuáles son y puedo ayudarte —la tomo del brazo, mirándola—. No quiero verte mal.

Su mirada se ablanda.

—No puedo contártelo.

Se marcha y yo me quedo mirando su espalda completamente confusa debido a su actitud. Mi madre y yo siempre hemos tenido una conexión especial, nos contábamos casi todo, pero se ve que ha cambiado.

Dos horas después me marcho sin decir nada de casa y subo a mi coche, conduciendo hacia el trabajo. Nada más llegar, empiezo a recoger toda la ropa desordenada que hay en la tienda y atiendo a la gente en caja. Y justo media hora antes de acabar, a las nueve y media, veo a una persona entrar.

–Lo siento, pero estamos a punto de cerrar.

Al estar ocupada recogiendo varias cosas, no me doy realmente cuenta de quién ha entrado, pero cuando veo una sombra frente a mí y alzo la mirada, lo veo.

Diego está frente a mí con sus ojos rojos y los labios secos, agrietados por el repentino frío en el mes de febrero. Las lágrimas empiezan a escurrirse por sus mejillas y es entonces cuando ya no puedo hacer nada más.

–Perdóname, Esther. Yo ya no sé qué más hacer —la tristeza con la que me dice todo esto solo provoca que olvide por completo todo lo que ha pasado, pero rápidamente vuelve—. Sé que no estuvo bien. Lo sé, ¿vale? Lo admito... Joder, yo...

–Me hiciste muchísimo daño, Diego —me mira de manera cautelosa, preparándose para cualquier cosa que le vaya a decir. Y me rompe el corazón—. No puedo olvidar todo esto tan rápidamente como si no hubiera sido nada.

Lo último que recuerdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora