Capítulo 21.

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                La sensación del leve cosquilleo de los pelos de la barba presionando mis labios me recuerda a mi padre, a quien me dedicaba de besar sus mejillas cada vez que quería. Pero ahora no es a él al que estoy besando, si no a Diego.

Él no es mi padre, lo que ocasiona que aquella sensación desaparezca sustituyéndose por otra que me hace sentir más viva. Y cuando me separo de su mejilla, la sensación se queda marcada en mis labios, causando que trague fuertemente saliva mientras no puedo apartar la mirada de sus ojos.

‑Debería irme, no quiero molestar.

Algo en mí me hace querer decirle que no, que se quede aquí y vuelva a abrazarme de nuevo, pero simplemente deshecho esa idea cuando la mirada de Saray entra en contacto con la mía y sé que busca explicaciones del brillo que hay en mis ojos y de la manera en lo que lo miro.

Nunca antes había sentido mi corazón estar tan acelerado con el simple hecho de sentir la piel de una persona sobre la tuya, y es algo que me gusta. Me gusta sentir mi pulso acelerado y notar como el estómago me arde ante su presencia aunque no sea lo correcto.

Los ojos de Diego me miran y sé que debo contestar, así que solamente asiento y le dedico una entristecida sonrisa, lo que causa que su ceño se frunza.

‑Adiós, Diego.

Y yo no quiero que se vaya, si no que se quede aquí para seguirme mirando con los ojos tan preciosos que tiene, consumiéndome poco a poco por el fuego de su mirada.

Se aleja y veo su espalda cubierta por el abrigo marrón moverse de una manera tan sensual, provocándome un delirio que sustituye al vacío que he notado cuando me ha dejado de mirar.

‑¿Podemos hablar? — la voz de Saray ocasiona que despegue mi mirada de su espalda y la observe.

Asiento, dejando a nuestro amigo hablando por teléfono con su hermano. Nada más estar algo alejadas, sus ojos se entrecierran y frunce sus labios.

‑Soy una de tus mejores amiga, ¿por qué no me lo has contado?

‑No puede saberlo nadie, Saray.

‑Pero soy yo, Esther — su mano agarra mi brazo, mirándome dolida al haberle ocultado mis sentimientos hacia Diego —. ¿Tan malo es para contarlo?

Bajo la mirada y después la alzo de nuevo, mirando en la dirección por donde se había ido Diego.

‑No debería de ser así, y lo sabes. No tendría que sentir nada por el mejor amigo de mi madre... Me siento destrozada porque sé que nunca va a ser correspondido — río con tristeza —. Qué irónico, ¿no? Sentir lo que he estado esperando por alguien que no puede corresponderme ni lo haría.

‑Lo hace, ya te lo dije.

Niego con la cabeza y ruedo los ojos.

‑¿Cómo va a hacerlo, tía? ¿Sabes el riesgo que conlleva eso?

‑Amar es un sentimiento tan bonito que no te tendrías ni tan siquiera que plantear si está mal o no.

‑Lo sé, en serio, pero mi madre...

‑Ella movería tierra y cielo por ti, Esther. Si te ve feliz, ella estará contenta de que un amigo suyo sea capaz de darte esa felicidad que nunca has tenido hasta ahora y has estado buscando.

La miro fijamente, resoplando.

‑Lo dices como si fuese algo tan sencillo de hacer.

‑Nunca he dicho que fuese fácil, si no mírame a mí. Amé y me rompieron el corazón.

Lo último que recuerdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora