Capítulo 33.

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                            Llevamos media hora sentados en la arena, mirando el mar mientras Diego me tiene rodeada con sus brazos y mi cabeza está pegada en su pecho. Cierro los ojos por unos segundos e intento calmar todo el ajetreo que tengo interiormente debido al grado de la situación que he vivido.

Porque ya estoy con él.

–¿Cómo estás? —su voz, calmada, me saca de ese estado y me aparto para mirarle.

–Ahora mejor.

Con una de sus manos, acaricia mi mejilla de una manera que a penas noto el contacto mientras nos miramos fijamente y no puedo sentirme más privilegiada ante esta situación. Le sonrío y me corresponde, poniéndonos en pie para ir directamente hacia los coches.

–No vas a conducir —niega, mirándome mientras yo contemplo mi coche aparcado—. Mañana te acompaño y lo recogemos, ¿vale? Con el alcohol que has ingerido no quiero que acabes en un accidente.

–Mira quién lo dice.

Se me queda mirando y yo le saco la lengua, encontrándome atrapada por sus brazos y mi espalda contra uno de los coches. Los labios de Diego impactan contra los míos y yo rápidamente le correspondo.

–Eres muy graciosa, eh.

–Lo sé.

Poco después, llegamos a mi casa y me enfrento al enfado de mi madre y de mi hermano, pero asumo la responsabilidad y no me quejo. Mientras sucede todo eso, él se encuentra allí y le miro de vez en cuando, guiñándome Diego un ojo a modo de apoyo.

–Y más te vale irte a duchar porque hueles a alcohol que te cagas, Esther —comenta mi hermano, poniéndome en pie y rodando los ojos. Y, de repente, me abraza—. Nunca antes lo había pasado tan mal, exceptuando lo de papá. Temía que te hubiera pasado algo. Feliz cumpleaños, mocosa.

Me separo y le sonrío, besándole la mejilla.

Y cuando nos quedamos a solas, él se pone en pie y se acerca a mí lentamente, contemplándole yo de arriba a abajo sin poder evitarlo. Nada más estar frente a mí, cierro los ojos e inspiro su aroma.

–Debería irme.

–No —niego al instante—. Quédate.

Él sonríe, bajando la mirada.

–Si me quedase, no podría soportarlo porque estaría a menos de cinco metros de ti duchándote, desnuda —su voz es baja y ronca, lo cual me excita—. Si me tengo que controlar ahora, imagínate qué pasaría si no hubiese nadie aquí y tú estuvieses duchándote.

Río, negando con la cabeza.

–Cuando quieras lo comprobamos.

Él se muerde el labio inferior y yo le miro de una manera graciosa.

–Feliz cumpleaños, preciosa.

Y mientras dice eso, mira a todos los lados de la habitación, acercando su rostro al mío para darme un fugaz beso. Cierro mis ojos, notando los suyos impactar con los míos y la explosión sin control que sucede en mi interior ante ese breve contacto.

–Te veo mañana, Diego.

Ya está en la puerta, se gira y me guiña un ojo, cerrándola y dejándome a solas en la habitación completamente eufórica por todo esto que acaba de suceder.

La noche de mi cumpleaños me la paso completamente de fiesta junto mis dos mejores amigas en nuestra discoteca favorita, y cuando les cuento mientras cenamos en un restaurante lo sucedido con Diego, ellas no dan crédito.

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