Capítulo 38.

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                      Sus dedos acarician mis costillas mientras estamos tumbados en mi cama, provocándome una sensación tan extraña pero muy conocida últimamente. Me encuentro de espaldas a él, mirando mi armario a la vez que mi pecho sube y baja, volviendo mi respiración a la normalidad después de haberlo hecho otra vez.

Lentamente y sin que yo me dé cuenta, pega su mentón en mi hombro y me besa la mejilla, la cual cosa provoca que baje la mirada y una lágrima se deslice por mi mejilla. Mi pecho se oprime y sé que todo esto está mal, que no debería haber pasado.

Rápidamente la quito, notando su pecho pegarse a mi espalda y sus brazos rodearme poco a poco, haciéndome sentir de nuevo en casa. Aún así, el dolor que me ha producido durante todo este tiempo no se marcha y sé que no tengo que darle la oportunidad de volver aunque me muera por tener así para siempre.

Había echado de menos esta sensación, que parece como si hubieran pasado años desde la última vez, pero ahora que estamos así, sé que no volverá a pasar. Me giro entre sus brazos y lo veo con los ojos cerrados, durmiendo.

Observo cada una de sus facciones sin aún comprender como me ha hecho cuestionarme tantas cosas en menos de medio año. Larga un suspiro por sus labios y yo los miro durante un largo rato, acariciándole la mejilla; notando su calor.

Y, aunque no debo hacerlo, me aprieto más contra él y lo abrazo también, colando mi cabeza entre su cuello y hombro. Todo su calor corporal me rodea al estar los dos completamente desnudos, pero yo ya no reparo en eso, si no en el simple hecho de tenerlo junto a mí.

Pasan las horas y no logro dormirme, así que me quedo bastante rato mirando su rostro hasta que finalmente se despierta. Me dedica una sonrisa dormilona y no puedo sentir inflarse más mi pecho ante ese acto, pero me mantengo ante la compostura.

–Deberías irte, mi madre está por venir —susurro, separándome de él.

–¿Qué?

Estoy sentada al filo de la cama, completamente desnuda, así que giro mi cabeza y lo miro desde mi hombro. Está apoyado con sus codos sobre la cama, dejando a la vista ese pecho tan fantástico que tiene.

–No hemos arreglado nada, Diego. Lo sabes, ¿verdad?

Me mira confuso.

–Yo pensaba que...

–Esto ha sido un desliz, Diego; un error —me pongo en pie y empiezo a cubrirme con la ropa—. Lo que ha pasado entre nosotros no se va a arreglar así, porque con lo que hemos hecho solo es dejar los problemas a un lado.

–Esther, pero...

–No voy a rectificar, Diego —lo miro fijamente después de haberme puesto el jersey—. Yo te sigo queriendo y tú a mí también, pero a veces hay que respetar las decisiones de los otros a pesar de todo.

–¿Y por qué coño nos hemos acostado, Esther? ¿Para que luego me lo repitas?

–¡No sé por qué lo hemos hecho, Diego! Solo... vete, por favor.

Se pone en pie sin dejar de mirarme y se viste, y cuando ha acabado, coge su chaqueta y se marcha dando un portazo. Me quedo mirando a través de la mirilla como sube a su coche y se queda un rato ahí, mirando hacia mi casa.

***

Un par de días después...

Nos mantenemos todos callados esperando a que Saray por fin entre en su casa y podamos darle la sorpresa al haberle hecho una fiesta. Y cuando entras, todos gritamos:

Lo último que recuerdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora