VI

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—¿Qué están planeando? —pregunto inquisitiva y mirándolos con los ojos entrecerrados cuando entramos al auto y Adam lo pone en marcha.

—Lo sabrás mañana por la noche —responde papá.

—Puedo leer sus mentes y saber qué traman, ¿recuerdan? —inquiero, cruzándome de brazos.

—No vas a hacer eso.

—¿Por qué no? —interrogo.

—Porque si lo haces estarás castigada —dice despreocupada.

—Mamá, tengo veinte años, ¿no te parece que ya estoy bastante grande como para que quieras castigarme?

Ella voltea a verme en ese momento y esboza una sonrisa de suficiencia.

—Eimy, el único momento en el que yo dejaré de castigarte será cuando estés casada —asegura.

Mis cejas se elevan en un gesto que pretende ser de asombro.

—¿Vas a poder castigarme durante toda mi vida? ¡Eso no es justo! —inquiero con diversión haciendo que todos rían.

—¿Estás diciendo que nunca vas a casarte? —curiosea Adam.

—Exactamente. —Me cruzo de brazos.

—Veamos si piensas lo mismo cuando te enamores —dice.

—Cosa que espero que no pase por ahora —interviene papá.

Mamá ríe.

—Celoso —murmura.

¿Enamorarme? Yo no pienso enamorarme. El amor no se hizo para mí.

Permanezco callada por lo que resta del camino y cuando llegamos y pretendo ir directamente a mi habitación, soy interceptada por mi madre.

—Tú y yo tenemos que hablar —objeta.

—Mamá... —Volteo a verla—. Por favor, no quiero hablar del Lobito idiota.

Ella frunce el ceño y se cruza de brazos.

—Su nombre es Keith —corrige—. Y por supuesto que hablaremos así que vamos a la sala de estar —ordena.

—Está bien —murmuro con desgana.

Camino delante de ella hasta la sala de estar y tomo asiento en un sofá individual en cuanto llego mientras que ella se queda parada a unos cuantos metros de mí.

—¿Por qué no te agrada Keith? —curiosea.

Porque es un idiota.

—Sólo no me agrada —me limito a decir.

—¿Sabes que eso no es conveniente para ninguna de las dos especies, verdad? —cuestiona—. Eimy, él pronto se convertirá en el alfa de la manada y tú en algún momento ocuparas mi lugar en el trono...

—Yo no quiero ocupar tu lugar en el trono —aseguro.

—Pero llegará el momento en el que tendrás que hacerlo —objeta. La miro sin decir nada y ella continúa—. Nosotros pautamos una tregua, y si el odio o la rivalidad se interpone entre Keith y tú, esa tregua se verá afectada.

—No te preocupes, mamá. —Me levanto de mi lugar—. Yo no haré nada que afecte la tregua entre los hombres-lobos y nosotros —digo con determinación.

Un suspiro se le escapa.

—Yo sólo quiero que los dos se lleven bien.

—Entiendo. ¿Es todo lo que querías decirme? —pregunto y ella asiente—. Bien.

Princesa VampíricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora