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9 horas.

JiMin apareció en la puerta de la cocina con el sueño todavía pegado a sus párpados. Su madre lo contempló buscando, como cada mañana en los últimos días, la naturalidad en sus gestos y la indiferencia en su mirada. Pero también como cada mañana, le fue difícil hacerlo. Pese al camisón, que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas, la delgadez de su hijo era tan manifiesta que seguía horrorizándola. Los brazos y las piernas eran simples huesos con apenas unos gramos de carne todavía luchando con firmeza por la supervivencia. Pero lo peor seguía siendo su rostro, enteco, lleno de ángulos debido a que en él no había nada, perdió sus mejillas regordetas, sólo le quedaban sus grandes labios con carne.

—Hola mamá, buenos días.

—Buenos días, cielo.

—He dormido doce horas ¿no?

—Sí, está bien.

—¿Quieres desayunar?

—Te los pongo yo.

—No, lo haré yo mismo, gracias.

Lo vio salir y se apoyó en la mesa. A fin de cuenta lo importante ya no era sólo que comiera algo sin muestras de gula o ansiedad, sino que no lo vomitara después.

Esa era la clave.

—¡JiMin!

Fue tras él. Ya estaba en el baño. Llamó a la puerta y entró casi a continuación. Su hijo se cubrió el cuerpo rápidamente con la toalla. Pero bastó una fracción de segundo para que ella pudiese verlo desnudo.

Los prisioneros de los campos de exterminio nazis no tenían peor aspecto.

—Lo...siento, hijo —trató de dominarse a duras penas—. Es que algo le ha pasado a YoonGi y...

—¿Qué pasa? —se alarmó.

—Lo han llevado al Clínico, por lo visto se ha tomado algo esta noche, llamaron esta mañana. 

—¿Por qué no me despertaste?

—Voy a ir. —habló de nuevo Jimin.

—Jimin...

Salió del baño envuelto en una toalla, y caminó en dirección al teléfono. Marcó el número de la casa de Yoongi y esperó unos segundos. No había nadie.

Y en ese minuto el pitido del teléfono sacó a todos del silencio.

ALERTA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora