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17 horas, 41 minutos

Al entrar en la habitación de Yoongi, Jimin apenas si pudo dar unos pasos. El choque, al ver la imagen de su amigo postrado en la cama, fue brutal. La madre de Yoongi, a su lado, hizo un ademán como e ir a sostenerlo, extendiendo una mano y pensando que en su estado de debilidad el impacto tal vez fuese excesivo. Pero Jimin logró sobreponerse.

--¡Oh, hijo! --exclamó la señora Min al verlo.

Se levantó y fue hacia él. El señor Min también se puso en pie. Jimin, sin embargo, no tenía ojos más que para Yoongi. El mazazo aún expandía ondas paralizantes a todo su cuerpo, a pesar de que ya le habían advertido de lo que iba a encontrarse.

La madre de su amigo lo abrazó, pero no sintió nada. El padre le dio un beso en la mejilla, pero tampoco sintió nada. A través de los ojos le llegaba la crudeza de una realidad superior a sus fuerzas. Era el único puente con un exterior que de pronto lo bloqueó.

El afecto apenas duró unos segundos, mientras hablaba, casi sin darse cuenta, con los padres de él.

—Ya ves, hijo.

—¿Tú cómo estás?

—Si es que estas cosas...

Después, los padres se fueron de la habitación. Comprendiendo que si seguían allí, hablándole, aturdiéndolo, acabarían todos llorando de nuevo.

Jimin se quedó solo con el cuerpo de su amigo.
El cuerpo.

Tardó en sentarse en la silla, junto a la cama. Y lo hizo por debilidad, más que por el hecho consciente de estar más cerca de él, porque sintió como las piernas se le doblaban. Finalmente, buscó su mano libre, aquella en cuyo brazo no había ninguna aguja clavada en la carne, y a la cogió con toda la ternura del mundo, igual que si temiera despertarlo.

—Yoongi... —susurró.

Esperó unos segundos. La inmovilidad de el enfermo le pareció aterradora. En otras circunstancias hubiera sido un juego, él se habría hecho el dormido y, de pronto, le habría saltado encima haciéndole cosquillas. Ahora no era un juego, no iba a saltar y reír sin parar.

—Por favor, no te vayas... —suplicó muy débilmente— no me dejes solo ahora, por favor...

Le acarició los dedos, uno a uno. Yoongi tenía las manos más bonitas que jamás había visto. Cuando jugaba ajedrez, más que mover las piezas del tablero, las acariciaba. Y lo sabía. Siempre se las había cuidado mucho. Las uñas perfectamente cortadas lo demostraban.

La mano de Yoongi, entre las suyas, con los dedos deformes, destacaba como una obra de arte en medio de un horror.

—Sin ti no lo conseguiré, ¿sabes? —Jimin cerró los ojos y se dejó arrastrar por el dolor—. Quiero que sepas que hoy no he vomitado. ¿Qué te parece? No he vomitado, y lo he hecho por ti, créeme. Por ti. Pero ahora no voy a poder seguir si tú te vas, si me dejas. Yoongi, ¡Yoongi!, por favor... hagamos un pacto, ¿vale? Un pacto, sí. Yo comeré, aunque estalle, aunque me convierta en el hombre más gordo del mundo, y no volveré a vomitar, pero tú tienes que seguir viviendo para estar a mi lado... Yoongi, ¿me oyes? Vuelve. No te mueras, vuelve, ¡vuelve! Lo he hecho por ti, Yoonnie, por ti, por ti...

ALERTA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora