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19 horas, 9 minutos

No había ni rastro del camello, así que el primer atisbo de frustración asomaba ya en sus rostros cansados de mirar a todas partes, luchando contra los flashes de las luces estroboscópicas y él movimiento continuo de la discoteca, la música y los gritos de los que intentaban hablar entre sí.

Como ellos ahora.

—¡Yo creo que no está! ¡Lo veríamos!

—¡Puede que esté afuera, apostando en alguna parte, y que no le hayamos visto, o que haya llegado mientras tanto!

—¿Y su preguntáramos a uno de estos dónde poder comprar algo?

—¿Crees que todos hacen lo mismo o qué?

Taehyung los miró como si así fuera.

—¿Salimos? —propuso Jin.

—¡Sí! —accedió Jungkook.

Regresaron a la puerta. Tardaron cerca de tres o cuatro minutos en abrirse paso por entre los cuerpos juveniles que pululaban por el espacio lúdico. Un portero con aires de gorila les puso el habitual sello invisible en la muñeca, mirándolos impertérrito. Una vez fuera empezaron a moverse de nuevo por el aparcamiento y las proximidades de la discoteca, que ocupaba un lugar propio en la calle, abierta a los cuatro vientos. No tardaron en regresar a las inmediaciones del recinto, más y más desconcertados. De no haber sido por la determinación de Jungkook, Jin y Taehyung ya habrían arrojado la toalla, convencidos de que el camello no estaba por allí ni tenía intención de ir.

Pero les bastó con ver la cara de su amigo.

—Volvamos adentro —ordenó él—. Y esta vez nos separaremos. Yo iré al lavabo, tú te pones entre la pecera del disc jockey y la barra del bar, y Jin y Nam que se queden en la puerta, viendo a todo el que entra y sale.

No dijeron nada, sólo asintieron y volvieron a entrar.

ALERTA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora