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10 horas, 42 minutos

JiMin se miró en el espejo de su habitación. Desnudo.

Recorrió las líneas de su cuerpo, una a una. Casi podía contar sus huesos, las diagonales de sus costillas, el vientre hundido, la pelvis salida y extrañamente frondosa, las nudosidades de sus rodillas, la piel seca, el cabello débil y sin fuerza que se le caía cada día más.

Y aún así, se sintió mal por algo distinto. Peor.

Gordo

Tuvo que cerrar los ojos, y volver a abrirlos, para enfrentarse a la realidad.

Tal y como le había dicho el psiquiatra.
Se estaba muriendo. Si no dejaba de comer incontroladamente para vomitar después al sentirse culpable de ello y temiendo a la obesidad, sería el fin. Había llegado al punto límite, y tras él, no existía retorno posible.

Luchó desesperadamente, consigo mismo, y pensó en Yoongi.

Yoongi, tan lleno de vida, siempre cariñoso.

Desde que sabía que estaba en coma, era como si algo, en su interior, pugnase por estallar, sin saber qué era, ni tampoco por dónde saldría esa explosión. Estaba allí, agazapado.

Yoongi. Él.

Apenas veinticuatro horas antes, Yoongi había estado allí, a su lado, frente aquel espejo, obligándolo también a mirarse.

—¡Por Dios, Jimin!, ¿es que no lo ves? ¡Mira tus dedos, tus dientes, tus pies!

Miró sus dedos. De tanto introducírselos en la boca, para vomitar, los tenía casi sin uñas, doblados, convertidos en dos garfios, atacados por los ácidos del estómago. Miró sus dientes, con las encías descarnadas, colgando como racimos de uva seca de una vid agotada, también destrozados por los ácidos estomacales que subían comida al vomitar. Miró sus pies, sus hermosos pies, casi tanto como las manos unos años antes, ahora llenos de callosidades, pues al perder peso, al desaparecer la carne de su cuerpo, habían tenido que desarrollar su propia base para sostenerlo.

Era un monstruo.

Aunque mucho peor era estar gordo...

Tener tanta hambre, y comer, y engordar y...

—¡Yo te ayudaré, Jimin! ¡Voy a ayudarte a superar esto! ¡Te lo prometo! ¡Estaré a tu lado, comeremos juntos, lo necesario, sin gulas ni ansiedades, y no te dejaré vomitar, se acabó! ¡Lo juro!

No hacía veinticuatro horas.

Y ahora él estaba en coma.

Se moría.

Era tan injusto...

Y no solo por Yoongi, sino que también por él mismo. Porque lo dejaba solo.

Solo.

Sintió una punzada en el bajo vientre, dolorosa, aguda. No eran sus habituales dolores abdominales. Era un dolor diferente, nuevo.

Tal vez un espasmo.

Pero de alguna forma, por extraño que sea, gracias a el sintió, de pronto, que estaba vivo.

Yoongi no sentía nada.

Ya no.

Jimin se apoyó en el espejo. Primero la mano. Después la cabeza. Cerró definitivamente los ojos.

—No te mueras —susurró—. Por favor, no te mueras.

Ni él mismo supo a cuál de los dos se refería.

ALERTA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora