Veintiséis

1.4K 114 14
                                    

Después de lo que dijeron Kiyoko y Kei, nadie se atrevía a decirle o hacerle algo a Hitoka. Sus compañeros de clase la miraban con una mezcla de respeto y temor, y las chicas que la habían acosado no se acercaban a ella ni siquiera para hacerle comentarios hirientes. Parecía que la amenaza de Kiyoko y la ira contenida de Kei habían surtido efecto, al menos por el momento.

Había pasado una semana desde el incidente, y aunque la situación en el colegio había mejorado para Hitoka, algo mucho más doloroso la inquietaba. Kei seguía distante, y esa distancia era como una daga en su corazón. Cada día que pasaba sin que él la mirara o le hablara con la misma calidez de antes, la herida en su corazón se hacía más profunda.

Hitoka lo observaba en silencio durante las clases, deseando poder acercarse a él y explicarle, pedirle perdón una vez más. Pero cada vez que lo intentaba, la expresión fría de Kei la detenía. Sabía que él estaba herido, que se sentía traicionado, y no sabía cómo sanar esa herida.

Kei, por su parte, estaba luchando con sus propios demonios. Se sentía frustrado y culpable por no haber estado allí para proteger a Hitoka cuando más lo necesitaba. La imagen de ella, lastimada y llorando, se repetía una y otra vez en su mente. Había noches en las que apenas podía dormir, y durante el día, esa sensación de impotencia lo consumía.

Yamaguchi, siendo el amigo más cercano de Kei, no podía ignorar lo que estaba sucediendo. Una tarde, mientras estaban en el gimnasio, decidió enfrentar a su amigo.

—¿No piensas hablarle a Yachi? —preguntó Yamaguchi, preocupado.

—No —respondió Kei, con tono seco.

—Te está mirando, no ha dejado de verte desde que empezó la práctica. De hecho, no ha dejado de verte durante toda esta semana.

—Lo sé —dijo Kei, atrapando la pelota con una precisión impecable.

—Deberías escucharla.

Kei lanzó la pelota y ejecutó un servicio perfecto sin responder. Hitoka, desde la distancia, no podía apartar la vista de él.

—¿Solo piensas quedarte ahí y observarlo? —preguntó Kiyoko, acercándose a la pequeña rubia.

—¿Qué más puedo hacer? —preguntó Hitoka, cabizbaja.

—Acércate y habla con él —le respondió Kiyoko, con firmeza, antes de alejarse, dejando a Hitoka sola de nuevo.

Cuando la práctica terminó, todos comenzaron a dispersarse. Kei se fue junto a Yamaguchi, mientras Hitoka se quedó un momento observando el lugar vacío antes de marcharse sola, con el corazón pesado por la incertidumbre y la tristeza.

Odia la situación por la cual está pasando con Kei, lo extrañaba, vaya que lo extrañaba. No podía seguir así por lo que dio la vuelta y se fue corriendo en el camino que Kei y Yamaguchi se suelen ir.

—Sigo pensando que deberías de hablar con ella —comentó una vez más Yamaguchi.

—¿Podrías dejar de decir eso? —le dijo molesto Kei.

Yamaguchi suspiró y se despidió con la mano de su amigo, este hizo lo mismo y, cuando estuvo a punto de ponerse los audífonos, escuchó que alguien gritó su nombre. Ambos voltearon.

—¡Kei! —gritó Hitoka, corriendo hacia ellos, con la respiración entrecortada pero con una mirada decidida. Cuando lo alcanzó, puso sus manos en sus rodillas para recuperar el aliento. Yamaguchi, al ver la situación, decidió irse y dejar que esos dos resolvieran sus problemas a solas—. Perdón —dijo la rubia, todavía jadeando. Kei solo la miró, atento y expectante—. ¿Debí haberte dicho lo que pasó el viernes? Sí, lo sé, y lo siento. No sabía qué hacer, nunca antes una persona me había ayudado, tenía miedo.

Enamorada de TsukishimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora