Capítulo 01

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Precipitó su cabeza hacia atrás cuando sintió la presión que ejercía la mano de él que yacía envuelta en su largo y sedoso cabello castaño. Aquel movimiento logró que su cuello se arqueara en el ángulo perfecto para que él pasara su lengua traviesa con ardiente deseo, llegó al lóbulo de su oreja y lo absorbió con fogosidad y avidez.

Gimió al sentirse invadida por las fuertes embestidas que su amante le brindaba. Con una mano sostenía con presteza su cabello y con la otra su cintura mientras paulatinamente la invadía con ferocidad.

—¡Ahh! ...—gimió y gritó intentando sincronizar todas las sacudidas que su cuerpo estaba recibiendo. Creía que moriría si pasaban otros minutos más. Los brazos apoyados en la cama le temblaban porque pensaba que no lograría mantenerse por más tiempo en esa posición —¡Ay! —volvió a jadear. No se contuvo al sentir su cuerpo vibrar por otra estocada.

Sus brazos temblando por la presión y movimiento, sentir su miembro entrando y saliendo era algo insostenible pero altamente placentero.

—Resiste pequeña —gimió él —... sabes que me gusta así duro y que retumbe. —No pudo continuar hablándole porque sabía que en cualquier momento se liberaría. Ella lo fundía como hierro al fuego.

Era caliente y dispuesta a moldearse para él.

Aquellas palabras la excitaron aún más y le dieron fuerzas para mantenerse en esa posición. Atrajo las sábanas haciéndola un puño entre sus manos mientras se dejaba guiar por él. Su cuerpo empezó con el conocido cosquilleo extendiéndose a toda su parte baja, aquella sensación valía el momento. Un poco más y...

Despertó. Su respiración estaba acelerada a mil por hora, desorientada se volteó para quedar con la mirada en el techo. Dirigió su vista a su alrededor y se dio cuenta que estaba en su habitación, pasó sus manos alrededor de su rostro intentando controlar su pulso que también lo tenía descontrolado. Secó la capa fina de sudor que tenía en su frente y cuello al mismo tiempo que cerraba los ojos para evocar su reciente sueño.

Miró a Arthur, su perro yacía profundamente dormido sin percibir el tumulto de sensaciones de su dueña. Era un Golden retriever dorado que Leticia había adoptado en una de esas tardes que pasaba por un refugio de animales. Fue amor a primera vista.

Aquellos sueños los sentía tan reales porque al despertar podía percibir cómo su cuerpo estaba estimulado de la misma forma que en su sueño, se avergonzó al sentir su ropa interior totalmente mojada. Otro día que le volvía a pasar lo mismo. Estaba perdiendo hasta el control de sus sueños y eso no le gustaba. Terminó por satisfacerse ella misma.

Dejó de atormentarse y se levantó al baño para ducharse, había visto el reloj y faltaba unos minutos para que la llamaran a desayunar y hasta ya podía oler las tortitas que tanto le gustaba. Entusiasma por un delicioso desayuno y por haberse liberado dejó la ropa doblada en el excusado y se metió a la ducha.

La inocencia de tu piel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora