Capítulo 34

3.7K 294 14
                                    

Leticia estaba feliz porque tras varias semanas en Japón al fin conocería un templo o santuario. Por eso, cuando apenas abrió los ojos en la mañana lo primero que hizo fue despertar a Ismael para recordarle que había prometido que la llevaría a un templo, aunque al principio renegó al ser despertado pidió que lo dejara dormir un poco más mientras ella se arreglaba porque estaba seguro que tardaría. Al final se decidieron por visitar según las sugerencias el templo Sensoji de Asakusa.

―Vamos a leernos la fortuna, Ismael.

―¿De cuando acá crees en la suerte? ―preguntó sorprendido. Desde que la conocía nunca había sido afín ni siquiera a los horóscopos.

―Es que ya que estamos aquí me gustaría hacerlo. He visto que muchas personas lo hacen cuando vienen a los santuarios japoneses y no necesariamente debes creer en las predicciones del fututo. Hay que seguir con la tradición, así que no seas aburrido.

―Lo sé, solo estaba probándote. Además, los japoneses son muy supersticiosos.

―Entonces vamos a comprar los omikuji. ¿Te fijaste?, ya sé pronunciarlos. También sé que significan lotería divina.

―Oh, sí que te has aprendido la lección ―dijo sonriendo ―. En otras palabras, o como diría Wikipedia la forma aleatoria de conocer tu futuro: voluntad divina impartida al azar, eso es omikuji.

Enseguida fueron a ofrecer una ofrenda para adquirir los omikuji. Cuando se dirigieron hacia donde se encontraban los recipientes hexagonales se turnaron para agitarlos y extraer la varilla de bambú numerada para tomar la cajita que tenía el número para escoger su omikuji. Primero lo hizo Leticia y luego Ismael para abrirlo al mismo tiempo y ver su suerte en lo que entendía según el idioma.

Leticia sintió emoción mientras desenrollaba el de ella para leerlo. Enseguida pudo ver la predicción general de la fortuna que estaba en medio y con letras grandes

Daikichi (大吉), excelente buena suerte decía el de Leticia y eso la llenó de emoción y le enseñó enseguida a su amigo.

Shōkyō (小凶), pequeña mala suerte ―dijo Ismael mostrándole el papelito que le había tocado a él ―. Al menos no creo en la suerte porque si no estaría demasiado preocupado, creéme.

―Entonces debemos atarlo al pino, recuerda lo que dice la tradición. Queremos que la mala suerte se quede atrapada esperando en la zona especial y de esa forma los dioses se la llevaran consigo para alejarla de ti.

Leticia tomó a Ismael de la mano sonriendo y llevándolo consigo donde se veía que las personas estaban atando sus omikuji de mala suerte. Eran como cordeles para atar los omikuji en lugar de arboles como dice la tradición. Ismael para seguirle la corriente y emoción hizo todo lo que decía la tradición.

―El mío también habla de una persona esperada, aunque no da más detalles. ¿Qué se te ocurre? ―pregunto aun entusiasma.

―Quizá que la persona que tanto has esperado va a venir a ti.

Leticia pensó en Leonel mientras que Ismael esperaba que cavilara en él y que se diera cuenta que tal vez era esa persona que esperaba para hacerla feliz. Aunque la verdad no quería creer en la fortuna porque le había salido de mala suerte y no pretendía que se volviese realidad.

―También habla de deseos personales y relaciones amorosas.

―Sí que has tenido buena suerte ―señaló Ismael sonriendo mientras observaba el papel.

―Creo que dejaré el mío también atado junto al tuyo para que no te sientas solo o al menos para pasarte un poco de mi suerte ―dijo Leticia sonriendo y guiñando el ojo a su querido amigo.

La creencia decía que si te salía un omikuji de buena suerte la persona puede llevárselo con ella o dejarlo atado para que tenga un mayor efecto. Por eso es que Leticia prefirió dejarlo allí.

Al llegar a su habitación Leticia pensó en Leonel, y es que a veces estaba tan ocupada y cansada que no lo hacía, pero en esa ocasión luego de recordar sobre los omikuji recordó que mostraba sobre relaciones amorosas y personas esperadas. Reconoció que su viaje a Japón fue una buena escapada para los eventos que habían ocurrido en su país y aunque no había pretendido huir simplemente creyó conveniente que ese viaje la ayudaría a pensar muchas cosas. Pero lo que no pensó fue que la distancia no es olvido y aunque esa persona no estaba presente el corazón y la mente siempre se encargan de recordártelo y traer en recuerdos los momentos que pasaron juntos.

Al principio creyó que el amor de su vida era Lucas y que ese amor no moriría jamás, pero de repente se vio amando a Leonel con tanta intensidad que solo recordarlo le aceleraba el corazón. Habían sido su primera vez y eso para ella era muy especial, en ciertos momentos añoraba tenerlo a su lado y disfrutar de las caricias que solo él podía ofrecerle. Pero quizá todo lo echó a perder cuando se acostó con Lucas y aunque disfrutó el sexo no fue lo mismo que cuando lo hacía con Leonel.

El tiempo avanzaba y en cualquier momento tenía que regresar a Ecuador y eso le provocaba que pensara mucho porque no sabía si volvería a caer en los brazos de él. No estaba segura si tendría fuerza de voluntad porque no solo era pensar en él sino en Luna, en Lucas y hasta en Luciano. Todo era complicado y eso la estaba matando lentamente.

Aunque había algo que también la estaba inquietando y es que en todo el panorama entraba Ismael. Las cosas entre ellos estaban viento en popa y creyó que hasta estaban en su mejor etapa d amistad, pero esa cercanía la llevaba a imaginar y sentir cosas que le parecían extrañas, pero que atribuía a las cosas más en común que tenían antes. Algunas veces la proximidad que tenía la asustaba y no quería volver a cometer errores.

Dejó de atormentarse y decidió que llamaría a su abuela para saludarla y de esa forma disfrutar de su compañía, aunque fuese a la distancia. 

La inocencia de tu piel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora