Capítulo 38

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Faltaba muy poco para regresar a sus países de origen y todo el grupo estaba aprovechando al máximo su estadía allí porque la nostalgia también se hiciera presente. Habían sido meses muy importantes: de aprendizajes, de equivocaciones y eso era algo que se llevaban a sus países y que atesorarían con mucho cariño para toda la vida.

La relación entre Ismael y leticia iba muy bien, demasiado bien para lo que habían imaginado. Aunque algunas veces no tenían la oportunidad de verse tan seguido como querian aprovechaban al máximo su tiempo libre para pasarla juntos.

―¿Cambiarán las cosas cuando volvamos? ―preguntó Leticia acariciando el brazo de Ismael que la tenía rodeada.

―No creo. Cambiarán solo si lo permitimos ―aseguró ―. ¿Quieres volver a Ecuador?

―Extraño a mi abuela y a Arthur. Incluso extraño hasta la comida, creo que apenas llegue comeré todo lo que se me cruce por el camino. Es más, desde que esté en el aeropuerto le llamaré a mi abue para que tenga tiempo de colocar la comida en la mesa y llegar directo a comer ―concluyó riendo.

En ese momento Ismael abrazó más a Leticia. Habían ido al parque Yogogi y estaban acostados debajo de un árbol observando la pileta imponente ante ellos y como algunas personas paseaban por allí alejados del ajetreo diario y los centros comerciales.

―¿Te ha gustado Japón? ―preguntó Ismael dándole un beso en el cuello.

―Me ha fascinado.

―¿Te gustaría volver algún día?

―Por supuesto que sí.

―Espero que algún día podamos volver y que estemos juntos.

―Parecerá raro lo que te voy a decir ―expuso Leticia liberándose de los brazos de Ismael para colocarse frente a él ―, pero parecemos esos dramas coreanos que solo se besan y tocan las manos.

Por un momento se arrepintió y se sintió abochornada de habérselo dicho porque la miró, pero al final soltó la risa y a atrajo a él para abrazarla. Estaban a poco de tener dos meses juntos y él jamás se había atrevido a tocarla más de besos y abrazos, aunque algunas veces ella se le había insinuado con el objetivo de saber si podían pasar a un segundo nivel, pero había sido imposible.

Ismael sonrió con ternura porque no pensó que aquello le había parecido mal a ella porque había querido ser un novio cortés para ella. Aunque se moría por tenerla en sus brazos no quería que solo fuese lujuria, quería que hubiese... amor. No pretendía que confundiera lo que sentía por la mera pasión aspiraba un amor sincero para ella porque sabía que el placer era efímero pero la felicidad duradera.

―No quiero parecer desesperada, pero es que nos iremos pronto de Japón y sería lamentable que habiendo tenido la oportunidad de hacer el amor aquí, en otro continente no lo hagamos ―dijo sonriendo y dándole un beso con timidez.

Ismael tomó su mano la y la besó, acaricio su rostro y tomó su boca con vehemencia.

―Si mi papá te escuchara decir eso seguramente me caería a golpes.

―Debería quejarme con él ―dijo sonriendo persuasivamente.

―No lo hagas por favor ―dijo como si de verdad lo lamentara ―. Prometo que practicaremos todas las posiciones del Kamasutra.

Leticia soltó la risa.

―Eso déjaselos a tu papá y a tu mamá.

Ismael sonrió y recordó a su padre que nunca pierde la oportunidad para contar a las personas que concibieron a sus hijos con las posiciones del kamasutra.

La inocencia de tu piel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora