d i e c i n u e v e

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"Incluso en noches oscuras y
lluviosas puedo ver la
estrella que tú eres".




La incliné hacia atrás, alzándola lentamente hasta apretarla contra mi. Sentí como sus articulaciones se aflojaban.
Mis músculos se me tensaban debajo de la ropa al tiempo que caminábamos a la cama entre besos de lujuria.
La abracé, y me aseguré de guiarla e impedir que se alejara.
Sus rodillas flanqueaban, pero no era por cansancio.
Mi respiración comenzaba a acelerarse más de la cuenta y sabía que con ella a milímetros inexistentes de mi, pisaba un terreno resbaladizo. Estar tan cerca de MinJi, de su piel y de sus piernas rozando las mías... era una sensación embriagadora. Mezclada con nerviosismo y excitación.

—Y-YoonGi... —maúllo sobre mis labios.

Tuve que apartarme, sólo un poco.

—MinJi —la llamé—. ¿Estás segura de esto? 

La observé, los milímetros de separación entre ambos resultaban provocadores y tentadores. Estaba tan cerca de mi, y su cuerpo tan en sintonía con el mío... que tuve que reprimir mis ganas de desvestirla de una vez por todas. Aguardé, e hice que se apoyara contra mi pecho, jadeando y expectante.

—Crees que sino lo estuviera, ¿estaríamos justo ahora en la cama de mi departamento?

Le di la razón.
Que idiota era.

—Me gustas mucho —le oí decir, mientras se ponía a horcajadas sobre mis muslos.

—Creo que lo que yo siento por ti va más haya que de una simple atracción —acaricié sus muslos con las yemas de mis dedos—. Estoy, realmente enamorado de ti.

Ella sonrió.

Quise guardar ese momento por toda una eternidad. Después de eso, la noche fue larga. No nos detuvimos, ni siquiera tratamos de ser cariñosos, ambos queriamos dejar en claro que seríamos uno solo a partir de ese encuentro tan ansiado por ambos.

Al día siguiente, verla entre mis brazos, envuelta en una sabana de seda... fue lo más hermoso que jamás haya visto.
Pronuncié su nombre mil veces hasta marearme y sonreír como un maldito imbécil.

—MinJi —susurré.

Ella se quejó en bajo, mientras se remolineaba entre mis brazos y sabana.

—Debo irme —avisé.

—No, aún no.

—Sí, debo irme ahora.

—Quedate un ratito más, oppa.

El estómago me dio un vuelco, pero de felicidad y gracia.

—MinJi —le besé la coronilla—. Oppa debe irse, te veré más tarde con los chicos.

No dijo más, parecía que Morfeo se había apoderado de ella una vez más y aproveche para reunir mi ropa y pertenecías que esteban regadas por el piso de la habitación.

Eran las nueve con cuarenta y uno de la mañana, tenía hambre así que antes de irme opté por pasarme a la cocina de MinJi.
La fragancia de ella estaba por todas partes, y resultaba relajante.
Preparé algo fácil y rápido, sentado en la barra y con el celular en mano. Comí tranquilo hasta que un tintineo seguido de una vibración me alarmó.
Provenía del bolso de MinJi, fui hasta la sala de estar y lo tome en manos.

Había varias llamadas pérdidas del mismo doctor que la había atendido aquella vez en el hospital, ese bastardo que no me decía nada.
No estaba bloqueado, así que revisé también los cientos de mensajes que había.

承Her | m. ygDonde viven las historias. Descúbrelo ahora