Only Angel

26.

Abrí los ojos poco a poco.
Me sentí desorientado, perdido entre mis sábanas. Me sentía incompleto.

Miré a mi lado, y no había nadie.

Instantáneamente fruncí el ceño, y recordé que la noche anterior había dormido con Harry.

Volví a mirar a mi lado. No había nadie.

La angustia comenzó a invadirme, sentía una presión en el pecho que no me dejaba respirar, el corazón latía fuerte contra mis costillas y sentía que mi habitación cada vez era más pequeña.

¿Dónde estaba Harry?

El miedo recorrió mi cuerpo al instante. ¿Y si ya había llegado su hora de desaparecer, y no le había dado tiempo a despedirse de mí? ¿Y si ya no lo iba a ver más?

Recorrí toda mi habitación tratando de encontrar, como mínimo, un pequeño atisbo de esperanza que me diera la certeza de que Harry seguía en el mundo de los vivos.

Entonces, en el suelo, encontré un post-it amarillo.

“ Sólo tú y yo, sólo tú y yo,
amor mío.

— Pablo Neruda”

Una sonrisa me atacó de repente mientras leía aquella frase de Pablo Neruda.

[...]

— ¡Hijo!— me llamó mi padre desde el salón mientras yo me preparaba un tazón de cereales.

Fui hacia donde se encontraba él, y me miró por encima de sus pequeñas gafas.

— Necesitamos acordar algunos detalles de la boda en la mansión Jordan, ¿está bien? Desayuna rápido, nos vamos en poco tiempo.

Asentí ligeramente.
¿Por qué tenía que ir yo, si de todas formas nunca me dejaban opinar?

Volví a la cocina, y sin sentarme en el comedor, de pie, me comí mi tazón de cereales.

— Buenos días hijo — dijo mi madre entrando por la puerta de la cocina—. ¿Te encuentras bien?

Asentí ligeramente, dando otra cucharada a mi desayuno.

— ¿Por qué tienes manchas moradas en la nuca?— preguntó visiblemente asustada.

— No lo sé, la verdad— dije, tranquilo, recordando los besos que Harry me dio en el cuello, los cuales se habían puesto extrañamente morados.

— ¿Y has tomado la medicación? — preguntó, mientras sacaba un vaso.

— No.

Ella me miró, incitándome a tomarme mis medicinas para mi supuesta esquizofrenia.

Bufé, pero finalmente me las tomé para así dejar más tranquila a mi madre.

— ¿Esta todo bien?— dijo, insegura—. Quiero decir, con Aurora.

— Sí, supongo— murmuré —. Somos amigos.

— Eso está bien— susurró tranquila, con una sonrisa cálida. Entonces miró su reloj de muñeca, y abrió los ojos como platos—. Corre, vístete que ya es tarde, o tu padre se enfadará.

Me fui a mi habitación.

[...]

Nos aproximábamos a la mansión Jordan.
Yo estaba muy irritado, porque no quería estar ahí.
¿Para qué servía yo? Para nada, porque de todas formas ellos tomarían las decisiones sin importar mi opinión.