14.

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Aurora me miró con los ojos abiertos como platos, y las manos tapando su boca de asombro.
Era muy buena actriz

Thea y Jean sonreían, mi padre me miraba orgulloso, la gente aplaudía y silvaba, pero mi madre... Ella sólo nos miraba.

— Sí. ¡Sí!. Sí quiero, Louis— gritó por todo lo alto con su aguda y escalofriante voz.

Todos comenzaron a aplaudir y a gritar cosas que no logré comprender.

Me levanté del suelo, y Aurora se tiró en mis brazos, riendo feliz y asombrada.

Se colocó el anillo en su dedo anular, y lo mostró en alto para que todos viesen aquel deslumbrante diamante.

Los invitados comenzaron a acercarse a mi padre, a Jean y a Aurora para felicitarlos y hablar sobre la boda y sobre, obviamente, mí.

Pero yo no podía hacer nada más que llorar. No podía parar de llorar. Y lloraba de impotencia, lloraba por el vacío que sentía en el pecho. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué no me había negado?

¿Por qué?

Me quedé apartado de la gente, mirando a todo el mundo hablar, reír y saltar de alegría. Pero yo simplemente no podía, no podía estar feliz en ese momento porque no era feliz nunca. Me sentía perdido en aquella habitación.

Mi madre pareció darse cuenta de mi llanto y mi aturdimiento. Se acercó con un semblante sereno, que a la vez me gritaba "lo siento mucho".

Cuando estuvo a mi altura, yo lo único que pude hacer fue llorar más fuerte, porque el pecho estaba comenzando a arderme y era terrible sentirme así allí en medio.
Me agarró las manos y negó con la cabeza, incoherente.

— ¿Por qué lo has hecho, hijo?— murmuró atónita.

Yo me encogí de hombros, y negué con la cabeza repetidas veces. Ni siquiera yo lo entendía.

— Lo siento mucho Louis. Perdóname— me dijo, y me metió entre sus brazos.

Una de sus manos estaba en mi nuca, enredándose en mi pelo, y la otra recorría mi espalda de arriba a abajo, dándome a entender que iba a estar ahí siempre y que me quería.
Al oído me susurraba palabras reconfortantes que no lograba escuchar por culpa del jaleo que había al rededor.
Y yo sólo podía seguir llorando, porque me encontraba mal, y el único lugar donde me sentía querido era entre los brazos de la mujer que me había dado la vida y me había apoyado siempre.

— No tienes-no tienes que disculp-parte por nada— dije entre sollozos—. No tienes la culpa Jay. T-tú no has hecho nada.

Shhh...

Ese abrazo me estaba dando mucho más de lo que había necesitado durante todo ese tiempo.

Cuando dejó de abrazarme, cogió mi mano y me guió fuera de todo aquel tumulto de gente. Entramos en una cocina muy amplia, donde me dio un papel para limpiar mis lagrimas.
El cuerpo aún me temblaba a causa del llanto y tenía la respiración entrecortada, pero ya había dejado —más o menos— de llorar.

Ella se sentó en la encimera, frente a mí, y apoyó su espalda en la pared. Se quitó los tacones y los dejó caer sonoramente en el suelo de mármol. Pasó las manos por su cara, y luego las reposó en su regazo.

— Dame explicaciones — dijo firme, esperando a una respuesta.

He sido obligado a pedirle matrimonio. Ese diablo de Jean ya lo tenía todo planeado, incluso fue él quien me compró el anillo que le he dado a Aurora.

Jay no daba crédito a nada de lo que estaba diciendo, y negaba repetidas veces con la cabeza.

— Ese tipo es un hijo de...

Se calló antes de soltar algo horrible por la boca, y en su cara podía notar el rencor y las ganas de matarlo.

— Toda la culpa la tiene mi padre — afirmé—, y nunca le voy a perdonar esto.

Las lágrimas se acumularon en mis ojos, y no quería llorar porque me sentía inservible y pequeño hablando de mi padre, pero era tanta la rabia que sentía en mi pecho, que necesitaba llorar.

— No voy a aguantar más mamá. No puedo más. No quiero esta vida para mí. No quiero vivir así. No, me niego — dije, derramando lágrimas amargas.

— Louis no puedes rendirte, vamos a consegirlo.

Pude ver como mi madre también estaba a punto de llorar y de desquiciarse.

— Prométeme que no vas a tirar la toalla. Prométeme que aguantarás hasta el final.

— No puedo prometerte nada— murmuré encogiéndome de hombros.

Mi madre se bajó de la encimera y se puso frente mí, a mi altura.

— En cuanto acabe con todo esto, podremos irnos y serás feliz con una chica a la que ames de verdad.

Me agarró de los hombros y me zarandeó.
Pero ella parecía no entenderlo. ¿Como pretendía acabar con todo esto de mi padre?

— Pero mamá, no podemos simplemente... Irnos. Y no voy a encontrar a la chica que me ame de verdad, yo...— comencé, pero decidí callarme a mitad de la frase. ¿Debería?

— ¿Tú qué, Louis?

Ella me miró a los ojos expectante. Su ceño se relajó un poco y cerró los párpados, suspirando.

— Estoy enamorado de un chico, Jay— me sinceré, y suspiré.

Algo dentro de mí se rompió cuando ella seguía con los ojos cerrados sin reaccionar. Mierda, la había cagado.
De repente una lágrima calló por su mejilla, y por fin abrió los ojos, pero no los pude ver por mucho tiempo porque rápidamente nos fundió en un abrazo.

Pasaron los segundos, y no se soltaba de mi cuello. Le di varios golpes en la espalda, y ella al fin se soltó. Tenía lágrimas en los ojos y sus mejillas húmedas.

— ¿Por qué no me lo has dicho antes?— musitó, sin creerlo.

— Porque tenía miedo— admití, agarrando su mano.

— Es Harry, ¿cierto?

Aquello me tomó por sorpresa. ¿Cómo lo recordaba?

— Sí, pero...

— Las madres lo sabemos todo — me cortó —. Cuando me hablaste de Harry se te iluminó la mirada como nunca.

Una sonrisa tonta se apoderó de mí. Wow.

— Yo sólo quiero que seas feliz, cariño. Sé feliz, haz lo que sea, siempre y cuando seas feliz. ¿Me lo prometes?

— Sí, te lo prometo. Voy a ser feliz.

Ella me sonrió tristemente, era una sonrisa sincera pero melancólica. Yo no le pude sonreír, simplemente no tenía fuerzas.
Abandonó la cocina y me quedé vacío por dentro.

Echaba de menos a Harry.

Only AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora