La venganza silenciosa

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Dicen que el resentimiento es tomar veneno esperando que la otra persona se muera. Desde muy pequeña me he venido guardando muchas cosas que me han lastimado. Cuando mis padres me castigaban injustamente, no decía nada. Simplemente me encerraba en mi habitación, agarraba una almohada y gritaba lo más fuerte que podía.

No salía en todo el día y a la mañana siguiente me iba a la escuela sin hablarles. Pasaba así por tres días, prefería guardarme el enojo porque cuando exploto las cosas se salen de control. Una vez mi madre entró a mi habitación y arrancó todos los posters de mis bandas favoritas que tenía pegados en la pared porque "eran del diablo" solo porque estaban vestidos de negro.

La discusión se salió de control y le dije que era una loca religiosa y la odiaba porque no era una madre "normal". La mirada de mi madre se nubló, pude notar su cambio de expresión cuando esas palabras entraron por sus oídos y al momento de tragarlas, en una milésima de segundo le rompí el corazón.

Tuve que disculparme horas después, pero nada volvió a ser igual. Ella sabía lo que pensaba sobre ella y así te puedo nombrar otras veces donde mi boca me metió en problemas. Lo que sucede es que cuando mi paciencia se acaba no tengo filtro y digo las cosas tal cuál las pienso.

Por eso prefiero tragármelo, pero es como una bomba que en cualquier momento puede llegar a detonar, entonces descubrí la venganza silenciosa.

Mi subconsciente busca hacer cosas que se supone "no debería hacer y que si la otra persona se llegará a enterar sufriría" por eso lo hago a escondidas. Sin que nadie lo sepa. Ese sentimiento de peligro es como una droga.

Me genera una leve satisfacción el hecho de ver a esa persona a la cara sin remordimiento por lo que hice pues las cosas siguen como si nada hubiera ocurrido. Es una venganza sin lastimar a nadie directamente o eso pensaba.

De todas las venganzas que he hecho pocas personas se han enterado, como la que te voy a contar a continuación y que marcó mi reputación.

El primer año que estuve en el colegio católico había una niña de un grado mayor que era odiosa y se creía la hija de Jesucristo. Un día en la clase de gimnasia yo pregunté si alguien tenía una bandita para el cabello a lo que respondió frente a todos "nadie te la va a querer prestar". No dije nada. A la semana siguiente, estaba muy de moda el agua de clorofila (agua con sabor a menta natural). Yo cargaba una botella de agua, mastiqué cuatro gomas de mascar con sabor a menta y las escupí en la botella.

La cargaba en mis manos y mientras platicaba con mis amigas sobre mi "agua de clorofila" esa niña se acercó y me pidió un sorbo. Yo respondí "claro te la regalo tengo más en mi casa". La niña feliz, comenzó a tomar y le compartió a sus amigas. No pude contener la risa. Le dije "Cuidado se tragan mi goma de mascar". Mis amigas estaban sorprendidas de que me había metido con la popular del colegio.

Jamás volvió a dirigirme la palabra. El rumor se había corrido por todo el colegio. Cuando me veía en los pasillos, huía. Todos los que habían sido ofendidos o acosados por ella comenzaron a buscarme para darme las gracias porque ahora tenían a alguien de su lado. Realmente no lo había hecho por eso, pero me gustó saber que había hecho un poco de justicia.  

Un corazón roto y dos tequilas - TERMINADA, EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora