Capítulo I

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Heidi acababa de llegar a la casa. Eran las tres de la mañana y sabía que todos estarían durmiendo. Bueno, no todos. Tenía certeza de que Laura estaría, si no en pie, al menos despierta, esperándola. Por lo que se acercó silenciosamente hasta su cuarto y suavemente tocó a la puerta. Escuchó un suave "pase" e ingresó.

- Ya llegué - le dice Heidi al momento en que se sienta a los pies de la cama. Laura se encontraba acostada, leyendo. La miró detenidamente y dio gracias a dios por haber puesto a esa chica en su camino. Gracias a ella, pudo retomar nuevamente su carrera de modelo, junto con otros proyectos que, debido a la maternidad y su matrimonio, había pospuesto.

- Como le fue? - pregunta Laura al momento en que deja su libro en la mesita y estira su mano a su costado. Al parecer, su jefa no había reparado en que era la tercera noche que Jaime, su hijo menor, estaba durmiendo en su cama. Mientras Heidi le describía la fascinación de su noche, Laura pensaba en cómo habían cambiado las cosas en un año.

Hacia un año que había llegado a la casa de los Camil-Balvanera, a trabajar como niñera de los hijos del matrimonio, recomendada por Patricia, la hermana de su jefa. Sabía a ciencia cierta quienes eran. Había visto casi todos los trabajos de su jefe y se podía considerar una fanática más. Jaime es uno de los actores latinos más exitosos del momento en USA. Y ese éxito venia acompañado de mucho trabajo. Su esposa, Heidi, también estaba con su vida bastante agitada. Un niño recién nacido, una niña de tres años y con proyectos en el ámbito del modelaje que los tenia estancados. Su anhelo, era el poder retomar su carrera. Pero su vida personal se lo impedía. Sin embargo, trabajar para ellos era algo totalmente distinto. Su deber era mantener a los niños alejados de la prensa, que de vez en cuando, querían fotografiarlos. A la vez, debía procurar que los niños tuvieran una infancia de lo más normal posible. En eso, era una experta. Había logrado que Elena y Jaime la vieran como una más de la familia, ganándose sus corazones y el cariño de sus padres. Para ellos, ella era una extensión de la familia y para ella, ellos eran la familia que tanto quería. Aunque sus jefes tuvieran sus vidas un tanto revueltas.

Desde que la conoció, Heidi se había mostrado encantadora y había encontrado en ella a una amiga. Sin embargo, por el tiempo que la conocía, sabía que Heidi no lo estaba pasando bien. Desde que decidió subirse a las pasarelas otra vez, estaba descuidando cada día más a sus hijos, sin contar a su marido. La cosa ahora era más grave, pues Jaime ya se había dado cuenta del desinterés de su mujer para con sus hijos. Y para con él también.

Laura volvió al presente al sentir la manita de Jaime apretar su muslo. A veces se sorprendía la incapacidad de Heidi de poder saber lo que sus hijos hacían o no.

- Jaime no ha preguntado por mí? - preguntó Heidi.

- No. Tuvo llamado a las siete y aún no ha vuelto.

- ah, bueno. Será mejor que me vaya a dormir - cubriendo con su mano, un bostezo - estoy realmente cansada. Que descanses.

Sin darle tiempo ni a desearle buenas noches, Heidi abandonó el cuarto de Laura. Por su parte, Laura solo miró desconcertada la puerta cerrada. Murmuró un buenas noches y apagó la luz del cuarto, sumiéndolo en la oscuridad solo interrumpida por la luz de la luna que ingresaba por la ventana. Le encantaba el efecto que provocaba la luna colándose en el cuarto, como vil intrusa. Acomodó a Jaime y el niño volvió a acurrucarse junto a ella, esta vez, junto a su pecho. Lo abrazó y besó en la frente a la vez que también le susurraba las buenas noches.

A la mañana siguiente, mientras preparaba el desayuno de los niños, apareció Jaime en la cocina. Recién bañado, olía estupendamente a loción para después del afeitado y su perfume. Perfume que había aprendido a distinguir. Laura adoraba sentir ese olor por las mañanas. Sabía que hacia mal en tener esas ilusiones, que no tenían futuro ni nada por el estilo. Pero había días en que la nostalgia la hacía anhelar el cariño de Jaime. Sacudió mentalmente su cabeza y respondió a su saludo:

- Buenos días. ¿Le preparo el desayuno?

- No te preocupes, Lau. Ya lo hago yo. - saludó a sus hijos con besos sonoros que los hicieron a ambos reír.

A Laura le encantaba ver como Jaime compartía con sus hijos. Se sentía privilegiada por ser testigo de aquellas verdaderas muestras de amor de padre e hijos. Solo lamentaba que esos niños no tuvieran a su madre tan presente como a su padre, a pesar del arduo trabajo que tenía. Jaime estaba trabajando en una serie de televisión que lo mantenía con bastante de su tiempo ocupado. Pero aprovechaba cada segundo que tenía libre, para pasarlo con ellos.

Volviendo a la realidad, Laura limpió el rostro de Jaimito.

- bueno muchachito, ¿terminaste de jugar con tu desayuno? - el niño, de un año de edad, sonrió mostrando sus pequeños dientecitos. - es hora de ir a dejar a tu hermana a la escuela. Elena, terminaste? - dijo viendo a la pequeña que tomaba de su jugo cuidadosamente.

- Si. Ya terminé.

- bueno, ve a lavarte tus manitos y la cara. - La niña salió rápidamente hacia su cuarto, mientras despedía con una sonrisa a su padre. Laura sacó a Jaime de la silla de comer y se disponía a salir de la cocina, cuando Jaime le toca suavemente el hombro, sobresaltándola.

- Sabes a qué horas llegó mi esposa? - preguntó apesadumbrado.

- pues... - tratando de decidir si debía decirle que esta vez había llegado demasiado tarde. Ella no era quien para echar de cabezas a Heidi.

- Discúlpame si te pongo en aprietos. No es mi intención.

- Lo sé.

- Sabes que las cosas no están bien desde hace algún tiempo. Pero temo que Heidi esté en malos pasos. Cada noche siento que estoy durmiendo con una extraña, en ves que con la mujer que me casé.

- Lo siento mucho - susurró Laura desviando su mirada. No soportaba saber que Jaime estaba sufriendo. Mucho menos, saber que todo eso se podría evitar si, simplemente ellos dos se sentaran a conversar. Podrían evitarse muchos malos ratos y evitar que los niños sufrieran si solamente decidieran qué querían hacer con sus vidas.

Elena llegó corriendo y feliz porque su mamá estaba en pie y le había dado un beso de buena suerte para la escuela. Los adultos sonrieron, contagiándose de su alegría. Laura la ayudó a colocarse su mochila y se fueron los tres. Jaime, aun sonriendo, dio gracias a dios por tener a Laura a cargo de sus hijos.

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