Capítulo XXXVI

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Conversando de trivialidades, llegaron a casa y Laura acompaño a Patricia en sus labores mientras le preguntaba el por qué ella estaba ahí.

–Jaime necesita apoyo con los niños. Justamente hoy la niñera no podía venir, así que me ofrecí a ir por ellos y cuidarlos hasta que él llegue.

–Y... – suspiró profundamente Laura– ¿Cómo está Jaime?

–Pues... es difícil decirlo. Claramente le afectó muchísimo como a todos. Pero poco a poco ha sabido salir adelante... aunque la chispa de alegría la perdió... cada vez se refugia más en su soledad. Los niños son los únicos que logran quitarle la tristeza del rostro... ni decirte que es un muy buen actor. Ha podido disimular muy bien frente a todos. Pero en la soledad de su casa... no lo pasa bien.

Laura lloró por él. Por el hombre herido que habitaba en ese hogar, por la pérdida que todos habían sufrido.

Sabía que ella no era indispensable para nadie. Pero si aún quedaba algo de cierto en las palabras de Jaime, quería estar ahí para él. Para ayudarlo a levantarse y levantar a su familia.

Sumida en sus pensamientos, no se percató de que Patricia se había levantado para saludar a alguien en la puerta. Cuando escuchó su voz, su cuerpo se estremeció. Esperaba ansiosa volver a verlo. Que se diera cuenta de lo mucho que lo extrañaba y las ganas que tenia de estar para él y los niños.

Al llegar a la cocina, Patricia sonriendo le comentó a Jaime.

–Llegaron visitas.

–¿Ah sí? ¿Quién? – preguntó desanimado Jaime, no tenía ganas de ser un buen anfitrión. Pero no tuvo que esperar la respuesta de su cuñada, pues como una tromba los niños entraron corriendo gritándoles quien había llegado. Cuando entendió por fin lo que le decían, levantó la mirada para encontrarse a Laura sentada a la mesa de la cocina, con un tazón en la mano y una sonrisa trémula en sus labios.

La notaba más delgada de lo que la recordaba, pero hermosa. Luminosa. Llena de energía. Y eso, le molestó.

Laura no hizo el intento de levantarse, pues no confiaba en que sus piernas le respondieran, pero al ver el ceño fruncido de Jaime mientras los niños le hablaban sin cesar de su llegada, se desconcertó.

No esperaba un recibimiento efusivo por parte de él, pero tampoco pensó que su llegada le molestara.

Ajena a los pensamientos de ambos, Patricia aprovechó para despedirse diciéndole que esperaba verla nuevamente pronto. Laura murmuró una despedida sin sentido y esperó a que Jaime acompañara a su cuñada hasta la puerta. Cuando comenzó a reinar la paz en la casa, Jaime volvió sin los niños.

Con su semblante inexpresivo, tomó asiento frente a ella, esperando que por arte de magia, respondiera todas sus dudas. Pero ninguno de los dos hablaba.

–¿Cuándo llegaste? – comenzó Jaime.

–Hoy... – haciendo ademán de tomarle la mano, Laura estiró su mano, pero llegó a medio camino sin saber si sería bien recibida.

–Pues... gracias por pasar a saludar.

–Jaime...

–Disculpa por no ser un buen anfitrión – continuó diciendo Jaime sin prestar atención a Laura. Mientras más cortante fuera, menos dejaría entrever que su llegada le afectaba. – pero debo acostar a los niños.

–¡Jaime! – Laura levantó un poco la voz para detenerlo. No entendía su actitud pero tenía la leve sospecha que su presencia le molestaba.

–¿Qué?

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