Capítulo X

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Poco después de que Heidi se fuera, Laura se durmió. Cuando abrió nuevamente los ojos, estaba todo oscuro. Tanteando la mesilla de noche, prendió la luz y se dio cuenta que el reloj marcaba las once de la noche. Quitándose la blusa y los pantalones, se dirigió al cuarto de baño para colocarse un chándal holgado junto a una camiseta sin mangas. Iría a ver a los niños, suponiendo que ya estaban dormidos y luego, por comida.

En el cuarto de los niños, estaba todo a oscuras. Al momento de encender la luz, se percató que estaban los juguetes en el suelo y ni rastros de sus dueños por el cuarto. Se dirigió al cuarto de su jefe y la escena que encontró, la enterneció. Sonriendo, se apoyó en el marco de la puerta, viendo a Jaime con un niño a cada lado, abrazados y dormidos. La televisión encendida, delataba que habían estado viendo programas infantiles.

Sin hacer ruido, se acercó a ellos y los tapó con una manta. Sin moverlos, besó a cada niño deseándoles dulces sueños. Cuando vio a Jaime, deseó poder tener el derecho a besarlo y darle las buenas noches como se le antojaba. Sin embargo, debía reprimir sus deseos y mantenerse al margen.

Deseándoles dulces sueños a todos, volvió a dejarlos en la más absoluta oscuridad.

Los tres días siguientes, pasaron entre risas por las locuras de los niños, nervios por saber que Jaime estaba cerca y los malestares de una gripe que estaba incubando. Se decía que pasaría pronto pero si no cambiaba la situación, al lunes siguiente debería ir al médico. Se notaba más delgada y sin apetito. Por lo mismo, trataba de ocultar las nauseas que le daba cualquier olor o comida y, al parecer, lo lograba porque Jaime no se percató de nada, solo Elena.

- ¿Qué tienes, Lau? ¿Estás malita de la panza?

- Un poco, pequeña. Pero no te preocupes, se me va a pasar luego luego. Ven, vamos a la cama. – tomó en brazos a la niña y la arropó bien, antes de acomodarse junto a ella.

- Sabes, mi mamita me sobaba la pancita para que se me quitara. A ver... - dijo Elena, mientras se sentaba en la cama y apoyaba su manito en el vientre de Laura. Suavemente, comenzó a acariciar en círculos mientras le sonreía – así se te va a quitar, ¿Bueno?

-Tus manos son mágicas. – dijo Laura

Mientras acariciaba el vientre de Laura, Elena relataba un sinfín de historias típicas de niño, haciendo reír a Laura y haciéndola olvidar sus problemas. Disfrutaba de las conversaciones inocentes con ella, porque simplemente la ayudaban a despejar su cabeza.

- ¿Qué hacen? – dijo Jaime al entrar al cuarto de los niños y verlas reír. Se acercó a la cama de Jaimito y ajustó las barandas de seguridad. El niño había caído rendido minutos antes, después de haber pasado toda la tarde jugando en el jardín. Lo besó en la frente y lo arropó antes de sentarse junto a Elena, quedando la niña entre él y Laura.

- Sobándole la pancita a Lau que le duele, ¿Cierto? – respondió la niña mirando a Laura, esperando su aprobación.

- Y como tus manos son mágicas – tomando las pequeñas manitos, se las llevó a la boca y le dio besos sonoros en las palmas que le provocaron cosquillas a la niña. – Ya se me pasó.

-Shhhh – les dijo Jaime – van a despertar a Jaime. Y la verdad, no me apetece desvelarme hoy.

Laura y Elena, como niñas regañadas, se miraron y apoyando sus dedos índices sobre sus bocas fruncidas, rieron bajito.

- Bueno pequeña, es hora de ir a dormir. – dijo Laura, a la vez que la ayudaba a acomodarse. – Que descanses.

- ¿Lau, me das mi beso? – La niñera, sonriente, se acercó y la besó en la frente – Ahora mi papito.

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