Capítulo 20: Ayúdame

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— ¡Suéltame Kayn!— Se quejó por décima vez la azabache que estaba siendo arrastrada por el bosque en dirección hacia una cueva.— ¡¡Debo ayudar en el hospital!! Hay demasiados...

— Que no soy Kayn-sama, deje de patalear Saori-san, él mismo me pidió que la trajera.

Otro bufido salió de los labios de la joven. Parecía que por mucho que replicase, la sombra que la estaba llevando a la fuerza por aquel lugar no iba a apartar aquella mano negra y dura que había materializado en su hombro. 

— Bueno, pues suéltame, sé andar sola. 

Bien, aquella sombra no pretendía hacerla enfadar más de lo necesario, a Kayn tampoco le agradaría saber que trató mal a Saori, era demasiado protector en ese tema, no quería contrariarlo. 

La azabache lo miró con rabia y resopló, aunque prefirió seguir a aquella sombra antes de que volviera a llevarla a regañadientes. Así, caminó por casi un par de horas por aquel bosque que cubría toda la llanura, hasta llegar a una pequeña cueva. Podía verse como dicho lugar conducía por debajo de la superficie. 

No la agradaba la idea de entrar allí, y además, tenía miedo de que Kayn quisiera volver a encerrarla como la primera vez. Sin embargo, decidió entrar en cuanto la sombra se giró hacia ella esperando a que entrase. No podría salir de allí sin más teniendo a esa cosa vigilándola. 

Dio unos pasos hacia el interior del lugar, esperando escuchar alguna cosa extraña para salir corriendo, sin embargo, no escuchó nada. En cuanto anduvo un poco más, logró ver luz procedente de antorchas que había colgadas en la pared. 

No tuvo que caminar mucho más para llegar a ver a unos hombres, sí, hombres de carne y hueso. Detuvo sus pasos al verles, ellos también la estaban observando en ese momento. No decían nada, tan solo se apartaban en cuanto la joven pasaba a su lado. Hay que decirlo, Saori estaba bastante asustada al tenerlos tan cerca.

Vestían con ropas extrañas, al menos no las había visto nunca puestas en gente normal, y con normal se refería a gente que no fuera muy rica. Portaban yukatas de un color azul oscuro. Tampoco es que se fijara mucho en ellos, tenía casi miedo de que pudieran decirla o hacerla algo por mirarles de aquella manera. 

— Por aquí Saori-san.— Murmuró uno de aquellos hombres justo cuando pasó por delante de él. 

La joven lo miró con desconfianza, pero aún así aceptó sus palabras y siguió su tranquilo caminar. La otra vez no vio a otra persona que no fuera Kayn, y al parecer había unos cuantos más. 

Transcurrido apenas un minuto, llegó hasta una puerta reforzada incrustada en aquellas rocas que formaban la gruta. Allí, el hombre de cabellos anaranjados procedió a abrir la puerta metálica, causando que un estruendoso sonido molestara a la joven, que como respuesta, frunció el ceño y tapó uno de sus oídos con rapidez. 

— Kayn-sama... Saori-san ha llegado. ¿Quiere qu...?

— Hazla pasar.— Incluso la propia Saori se sorprendió por el tono demandante y casi desesperado con el cual había dicho aquellas palabras.

Por supuesto, aquel hombre no quería contradecir a su líder, por lo que procedió a apartarse de la puerta dando permiso a la joven para que entrara. 

En un principio Saori se mantuvo estática, debatiendo en su mente si realmente debía entrar a la pequeña habitación. Fue aquel hombre quien la instó con un movimiento de cabeza rápido, no era buena idea hacer esperar a Kayn. Por ello, dio los pocos pasos necesarios para entrar en el lugar. 

Sus ojos negros se abrieron de par en par al ver a Kayn sentado en el suelo con una respiración bastante irregular. Su cuerpo parecía de cristal en aquel momento. ¿Qué era lo que le había pasado? Se preguntaba Saori con temor. 

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