Pasado 1 parte 2: La ira de Kayn

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La frescura que entraba por la estructura de madera era lo único que parecía mantener la calma en la castaña. Mantenía sus ojos cerrados mientras escuchaba los gritos de su padre. Estaba cansada, bastante, pero no iba a doblegarse ante sus imposiciones. Ya no. 

— ¡¿Me estás escuchando?!— Cuestionó con rabia al ver que su hija no decía palabra alguna.— Eres el deshonor de nuestra familia. 

— Una pena que yo no sea Saori.— Murmuró finalmente la castaña aún sin abrir sus ojos.— Una pena también que me casaras con el que es ahora líder del clan Uzumaki. 

 Sintió como su padre daba vueltas alrededor de ella, seguramente mirándola con decepción. Finalmente, abrió sus ojos, decidida ante su determinación. 

— Vas a dejar esas tonterías que andas haciendo, céntrate en manejar el Ninshuu tal y como enseñamos aquí, quizá algún día dejes de ser una inútil. 

Ayana miró de reojo a su padre, viendo como caminaba con lentitud a su alrededor. Estaba enfadada, muy enfadada con él. Ya bastante tenía con que le hubiese encargado hacerse cargo de prácticamente toda la aldea junto con Eryen, quitando todo su tiempo libre.

Incluyendo el tiempo que debía dedicar a cuidar a su hijo. 

— Si quiero ir a entrenar con mi esposo, no eres quién para impedírmelo. Soy suya, ¿recuerdas? Tú mismo me entregaste a él como si fuese un objeto para sellar una alianza.— La joven se incorporó, mirando cara a cara a su padre.— Ya hago todo lo que me pides, busco un buen futuro para nuestra aldea, cuido de mi hijo lo mejor que puedo con el escaso tiempo que me dejas, procuro crear buenas relaciones con las demás aldeas que se aproximan, pero tú... aun así sigues comparándome con Saori, no soy como ella, ni lo seré. 

Se incorporó del suelo en el cual había estado colocada de rodillas todo aquel tiempo en el que su padre le había dado el sermón. Intentó caminar hacia la salida, pero su progenitor se lo impidió. 

— Solo intento que dejes de ser la deshonra de la familia.— Murmuró el hombre ya algo más calmado. 

Ayana bajó su mirada hacia la hierva que se veía al fondo del terreno.

— Yo también lo intento. Pero no lo haré del modo que quisieras.— Respondió antes de bajar el escalón que la separaba de la tierra, saliendo así de la casa de su padre antes de dirigirse hacia la suya propia. 

Su padre no dijo nada más, dejó que la joven se marchara a sus quehaceres. Por mientras, ella sentía como su pecho se encogía por la conversación que acababa de tener con su padre. ¿Es que nunca la dejarían tranquila? Ella no pedía que la reconociese o que la valorase por quien era, ya solo la bastaba con que dejase de compararla con su hermana pequeña. 

El haber sido incapaz de mejorar su jutsu médico parecía ser una pesadilla que la perseguía hasta lo más profundo de sus sueños. No entendía la razón por la que era incapaz de utilizar el Ninshuu de manera correcta, pero al menos, sabía que no era completamente una inútil. 

Kayn e incluso Eryen se ofrecieron para ayudarla a entrenar. La situación no es que hubiese mejorado a pesar de que el clan Uzumaki se hubiera ido a vivir a su humild aldea, los ataques parecían no cesar  en ningún momento, la gente luchaba por cualquier rastro de comida, y ella no quería permitirse el lujo de quedarse a mirar como ellos se jugaban la vida mientras ella simplemente se resguardaba en alguna de las casas, sin siquiera poder curar a los heridos al igual que su hermana. 

Era por ello que aceptó que ellos dos la entrenasen, y no iban a negarlo, aprendía bastante rápido. Si bien es cierto que no utilizaba mucho su chakra en el combate, los ataques cuerpo a cuerpo sí parecían ser lo suyo, al igual que el uso de armas. El propio Kayn era quien más le enseñaba de esas técnicas, pues Eryen siempre prefirió atacar en la distancia haciendo uso de sus cadenas de chakra o algún que otro sellado. 

Lazos oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora