CAPÍTULO 4

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Me tomó poco más de medio día llegar hasta su casa.

Había decidido ir primero allí para contar con la ayuda de sus padres. O eso es lo que me dije a mí mismo, pero la verdad es que no se trataba únicamente de eso. Para mí eran como una segunda familia, por lo que necesitaba asegurarme de que estaban bien, y si resultaba que así era, la carga de encontrar a Katherine no recaería únicamente sobre mis hombros. Ellos sabrían qué hacer.

El sol había ido subiendo durante toda la mañana y luego había comenzado a bajar, aunque sabía que no podía ser muy tarde por la claridad que aún se filtraba entre las copas de los árboles.

No era estúpido, sabía que si habían llegado hasta mi casa también podían haber llegado a la suya, después de todo no estaban tan lejos, pero el padre de Katherine era casi tan paranoico como los míos y se había asegurado de construir su hogar en lo más profundo del bosque, rodeado por una arboleda y sin ningún camino que alertase de su presencia, por lo que era prácticamente imposible que hubiesen dado con ella por mera casualidad.

Ese es el mantra que me repetí a mí mismo una y otra vez para no perder la cabeza. No podían haberlos encontrado, no podía haber perdido absolutamente todo lo que una vez había querido. Necesitaba algo de esperanza, algo que me ayudase a seguir adelante, y no podía hacerlo yo solo. No quería estar solo.

Necesitaba a mi mejor amiga.

Así que sí, ese era mi brillante plan, rezar por que no los hubiesen encontrado, que de alguna forma hubiesen permanecido ajenos al desastre, y esperar que así fuese.

No obstante, por más que tratase de acallarla, había una voz dentro de mí que susurraba que aquello era inútil, que ellos, que Katherine, la chica con la que había crecido, la única a la que había podido llamar amiga en toda mi vida, estaba muerta o muy lejos de allí, que jamás la volvería a ver. Antes de que pudiese darme cuenta estaba corriendo por el bosque, dejando de lado cualquier atisbo de sentido común, con el único pensamiento de que tenía que llegar hasta ella cuanto antes.

Casi sin respiración, conseguí atravesar la hilera de árboles que comunicaba con el hogar de mi amiga mientras gritaba el nombre de sus padres, deseando contar con el apoyo de unos adultos que pudiesen encontrar una forma de arreglar aquello, y fui frenando hasta quedar delante de la vivienda.

O al menos de lo que quedaba de ella.

Me desplomé sobre mis rodillas y observé boquiabierto el lugar, luchando por contener los sollozos. Ni siquiera los cimientos habían sobrevivido al incendio que era evidente había ocurrido allí, y mi mente batalló por encajar la imagen de la casa, completamente derruida y abrasada, con el aspecto que había tenido hacía tan solo un par de días.

La mullida hierba sobre la que nos habíamos recostado miles de veces, ahora mostraba un color negruzco allá donde el fuego la había tocado, y solo una flor lila de aspecto delicado había sobrevivido, alzándose gloriosa y llena de vida sobre el suelo muerto. Era una jara, la favorita de Katherine, y la visión de esta me transportó irremediablemente a la última vez que había estado allí, aquel maldito día que había acabado con todo lo que conocía.

La chimenea de su casa aún estaba encendida cuando había descubierto a Katherine sentada en el porche con un libro entre las manos. El humo dibujaba bonitos patrones en el cielo, de un azul impecable. Una sonrisa se abrió paso rápidamente entre las comisuras de sus labios cuando nuestras miradas se encontraron, y se puso en pie de un salto, abalanzándose hacia mí como si hubiese querido darme un abrazo.

No pude evitar emocionarme ante la idea, y en seguida extendí los brazos tímidamente para recibirla. Pero eso abrazó nunca llegó; cuando tuve a Katherine a escasos centímetros de mí, ella paró en seco.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora