CAPÍTULO 20

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Ronan soltó lo que era seguramente su decimoctavo suspiro de la noche.

Estaba sentado en uno de los colchones de la habitación que les habían asignado a Dan y a él, con la espada apoyada en la pared. La habitación era pequeña, sobre todo para compartir, pero de alguna forma se las habían arreglado para meter en ella dos camas, una diminuta mesita de noche con una lamparilla que delimitaba el espacio entre ambas camas, y en una esquina cercana a la puerta, un ropero.

No es que a Ronan le molestase la estrechez, de todas formas. Ya estaba acostumbrado. Lo que le traía preocupado era otra cosa. Varias cosas, de hecho. Tantas, que tuvo que hacer una lista mental para ordenarlas por prioridad, porque era práctico y así tenía una mejor visión de todas ellas, pero también porque necesitaba mantenerse ocupado, o de lo contrario acabaría optando por saltar por la ventana, que por cierto, también era enana.

Para empezar, y lo que más le carcomía, era que había fallado. Realmente había creído que los soldados iban a ceder a sus exigencias, las cuales no habían sido tan disparatadas, o al menos eso creía. Solo les había pedido hablar con alguien importante, y teniendo en cuenta el tipo de información que traían, no le parecía algo descabellado. Esos soldados no tenían nada que perder, tal vez una reprimenda por parte de su superior si estaban equivocados. Comparado con lo que se estaban jugando ellos al ir a Illya, no era nada.

Eso le llevaba a pensar que había algo en todo aquello que no cuadraba.

No es que siempre tuviese razón, sabía que podía equivocarse, pero cualquier persona en su sano juicio, aunque solo fuese por el factor curiosidad, habría aceptado escuchar lo que tenían que decir. A fin de cuentas solo eran una pandilla de niños, dos de ellos bastante malheridos, por lo que no suponían ninguna amenaza para el ejército.

Luego estaba lo que habían dicho esos nomads sobre las armas que el ejército estaba construyendo únicamente contra ellos, en vez de dedicarse a crear armamento contra los Oscuros, además de esa tontería de que alguien de Luarte había tenido que abrirles desde adentro.

Solo que cuanto más lo pensaba, menos le parecía una tontería.

Para empezar, el portón no había mostrado signos de deterioro o de haber sido forzado, eso le había resultado extraño desde la noche que escaparon de Luarte y lo había visto con sus propios ojos. Claro que también estaba la posibilidad de que hubiesen entrado por algún otro lugar, aunque eso tampoco parecía probable. Debieron haber avanzado desde la puerta sur hasta la norte, teniendo en cuenta que todas las aldeas y granjas que se habían encontrado en su paso hasta la entrada sur ya habían sido arrasadas.

Cansado, Ronan introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta solo para recordar que estaba vacío, lo cual le valió un nuevo suspiro.

Fue entonces cuando Aidan entró tarareando en la habitación, con aspecto contento.

—Es increíble tener baño, ¿no te parece? —preguntó dejándose caer sobre su cama. Iba mascando algo de tocino que seguramente había o robado o sacado de la cocinera a base de carisma—. Creo que no los valoramos lo suficiente, es decir, son primordiales, los usamos todos los días y nunca nadie habla del tipo que los inventó, como sí que hablan del tipo que hizo las murallas. Me parece injusto.

—Así es la vida, Dan. Es injusta.

Aidan se incorporó ligeramente, reposando su peso sobre sus codos y observó a Ronan con aquellos ojos esmeralda que parecían ver hasta el alma. No importaba cuántas veces Dan lo escrutase así, siempre lo ponía incómodo, siempre se sentía incapaz de ocultarle nada.

—Ya sé por qué estas de mal humor —dijo después de un momento, incorporándose del todo y sentándose en el borde de la cama. El espacio era tan estrecho que sus rodillas casi se tocaban—. Y sé cómo animarte. Venga, extiende las manos.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora