CAPÍTULO 16

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Un enorme estruendo hizo que me incorporase exaltado.

Me tambaleé sobre el carro tratando de ponerme en pie, mientras el sonido hacía eco en mis oídos. En el lapso de tres latidos entendí qué había sido aquel ruido que me había despertado.

Un disparo.

Sabía que sería inútil, pero miré hacia la lejanía, en la dirección de la que había provenido el sonido, como si así fuese a adivinar qué había ocurrido. Recordaba estar frente a la puerta de la muralla, a Seth herido, y otras muchas memorias inconexas, pero no tenía ni idea de donde me encontraba en aquel momento, ni de qué estaba pasando.

A mi espalda, Seth comenzó a toser fuertemente. Cuando me volví hacia él, lo descubrí empapado en sudor y con una mancha roja resbalando por la comisura de sus labios. La tos no había parado del todo y le costaba enormemente respirar. Miré hacia todos lados preguntándome dónde estaban los demás chicos. Mordiéndome las uñas, traté de pensar en qué hacer, en los libros de medicina que me había regalado mi padre y que yo había devorado.

Recordé que había que colocar a los enfermos siempre de lado, para que no se ahogasen con su vómito o sangre, y gateando hacia Seth, hice lo mismo. Recé porque eso fuese suficiente por el momento.

Sin saber cómo actuar, volví a mirar hacia el bosque. Tal vez se trataba de mis compañeros, pero al menos que yo supiese, ninguno tenía armas de fuego. Me planteé el estar delirando, desde luego me sentía terriblemente fatal; sabía que si cerraba los ojos aunque tan solo fuese durante dos segundos, no sería capaz de volver a despertarme en algún tiempo.

Necesitaba saber qué estaba ocurriendo, si los chicos estaban bien, y yo nunca seré conocido como la persona más paciente del mundo, así que aunque era consciente de que era una soberana estupidez internarme en aquel bosque solo, y más con la herida que tenía, ni siquiera me planteé la opción de no hacerlo.

Cogí las riendas y conduje a los caballos tras unos matorrales, esperando que con ello consiguiese esconder a Seth de la vista de quien quiera que hubiese disparado si es que venía en nuestra dirección. Me aseguré de que mi puñal siguiese en su funda, escondido en mi bota. Cuando vi que así era, me puse en pie, dispuesto a averiguar qué narices estaba pasando.

Fue en ese momento cuando una mano me retuvo, agarrando la manga de mi abrigo. Seth, que hasta entonces había estado sumergido en un profundo sueño, mi miraba con los ojos entreabiertos. El intenso azul se filtraba a través de sus largas pestañas, y tenía el ceño fruncido en un gesto que indicaba dolor. Su piel lucía un color amarillento que le daba el aspecto de estar a punto de vomitar.

—¿Adónde vas? —me preguntó respirando con dificultad—. ¿Dónde está todo el mundo?

Sus labios estaban tan resecos que comenzaban a mostrar cortes en algunas partes, así que cogí una cantimplora de agua y se la acerqué con cuidado para que bebiese. A pesar de eso, mis manos temblaban tanto que no pude evitar empaparle toda la barbilla. Cuando acabó, mojé ligeramente un pañuelo que utilicé para restregar la sangre seca de su mejilla.

—Necesito descargar la vejiga —mentí sin mucho esfuerzo. No quería preocuparlo tontamente, y sabía que si se enteraba de la verdad querría acompañarme—. Los demás han salido a cazar algo.

—Vale, pero no te alejes mucho —asintió volviendo a cerrar los ojos—. Espero que los demás vuelvan pronto...

Usé una chaqueta a modo de manta para arroparlo, tratando de hacerlo con cuidado para no despertarlo. De todas formas ni siquiera se había inmutado por el disparo, así que dudé que nada pudiese perturbarlo en aquellos momentos.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora