EPÍLOGO

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Un viento cortante revolvió mi cabello y chocaba incansable contra el grueso chaquetón de mi uniforme. Eché hacia arriba el pliegue del cuello y enterré la barbilla, en un intento por resguardarme del frío. Hacía el mismo tiempo horrible que el día en el que habíamos abandonado nuestra ciudad natal; ahora que volvíamos, el mismo clima pre-invernal nos acompañaba, casi como si nada hubiese cambiado.

La realidad, en cambio, era otra muy diferente.

Me incliné sobre el caballo y rebusqué a tientas en la alforja. Disimuladamente saqué la botella de aguardiente que había robado de uno de nuestros superiores y eché un trago largo, esperando que calmase el frío. Mi garganta ardió con una sensación a la que aún no estaba del todo acostumbrado, y que no podía considerar exactamente como placentera, pero el líquido cumplió con su cometido.

Volví la vista atrás, hacia el pequeño convoy que me seguía de cerca, y decidí acelerar el paso. Me había ofrecido como voluntario para atravesar la colina con la que nos habíamos topado y ver qué había al otro lado. No esperaba nada impresionante tan al norte del Imperio, pero estaba cansado de aquel paso parsimonioso que Alyssa había establecido, por lo que agradecí el galope al que conduje mi caballo.

Acaricié su lomo y lo dejé avanzar por su cuenta, mientras yo me perdía en mis propios pensamientos. Me pregunté qué nos encontraríamos una vez llegásemos a Luarte, si seríamos capaces de reconocer nuestros hogares, o los sitios en los que solían haber estado. Los Oscuros habían incendiado a su paso todo lo que habían podido y más, por lo que no estaba muy seguro. De todas formas, no pensaba poner un pie en los restos de mi casa; no estaba preparado, y no creía que jamás fuese a estarlo. La imagen de los cuerpos de mis padres me sobrevino irremediablemente a la mente, y el dolor agudo que me provocó hizo que volviese a meter la mano en la alforja en busca del aguardiente.

De repente me di cuenta de que no sabía qué había pasado con ellos. ¿Habrían ardido junto con el resto de la casa, los habrían encontrado los nuestros y les habrían dado un entierro, o seguirían allí, pudriéndose sobre el huerto de mi madre?

La idea me hizo enfermar tanto que apenas tuve tiempo de bajarme del caballo para devolver. Me limpié la boca con la manga de mi chaqueta, y tiré el resto del licor enfadado. Aquella porquería no estaba ayudándome en lo más mínimo.

De vuelta a mi caballo, con la cabeza dándome vueltas y el estómago revuelto, los miedos que pensé que había dejado atrás hacía mucho tiempo volvieron en su peor versión. No encontrar a Katherine, estar equivocado en todo, que Alyssa aún tuviese algo contra nuestra e intentase deshacerse de nosotros de nuevo... Que volver a aquel lugar fuese un error. El error más grande de nuestras vidas.

Respiré hondo y traté de recordar las palabras de Thomas sobre vivir en el presente. Me sentía desesperado, pero en parte era por culpa del niño que había sido, el que había presenciado cómo mataban a su familia, al que habían echado de su hogar. Puede que las cosas pareciesen iguales que hacía dos años, pero me recordé a mí mismo que no podía ser un pensamiento más desacertado. Había crecido, y no solo físicamente. Había sufrido más de lo que jamás hubiese podido llegar a imaginar, sí, pero también había aprendido mucho. Cosas que me habían enseñado los chicos, cosas que me gustase o no reconocer, me había enseñado Alyssa, y también cosas que había aprendido por mí mismo. Ya no era un niño indefenso, pensé con convicción, y lo más importante, ya no estaba solo.

Llegué a la cima de la colina, y asombrado, vi lo que había al otro lado. Una explanada, interrumpida hacia su izquierda por un diminuto bosque de pinares. Todavía no había nevado, pero pronto lo haría, y cómo si lo supiesen, las hojas de los árboles se veían rígidas. Un riachuelo cruzaba por el este del paisaje y se perdía a lo lejos, y justo frente a mí, en el horizonte, distinguí la muralla de Luarte.

Cogí aire y espoleé al caballo sin esperar a nadie, sin dudar, sin cuestionármelo. Aquella vez las cosas serían diferentes. Tenían que serlo. Habíamos ido a buscar respuestas, y daba igual lo que pasase, nadie más conseguiría volver a echarnos de allí.

Después de todo, habíamos vuelto a casa.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora