CAPÍTULO 24

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Cuando Alyssa anunció que empezaríamos con el entrenamiento, jamás habría imaginado lo que tenía planeado para Seth y para mí. Me había hecho muchas ideas en base a historias de mi madre, e incluso había inventado las mías propias.

Escalar montañas tan empinadas que ni las cabras se atrevían a poner una pata en ellas, y tan altas que quedaría de nosotros poco más que una masa sanguinolenta si es que pisábamos donde no debíamos. Bucear hasta las profundidades de ríos llenos de pirañas, enfrentarnos a las bestias del bosque, puede que incluso salir fuera de las murallas en busca de Oscuros para darles caza.

Sin embargo, puesto que aún nos estábamos recuperando de nuestras heridas, se había acercado a nosotros, nos había dado un par de palmaditas en la espalda, nos dijo que lo habíamos hecho muy bien y nos mandó a descansar a la enfermería.

Gran primer día.

El ejército no era cómo había imaginado. Tenía multitud de sentimientos encontrados, pero una parte de mí había estado realmente emocionado por poder comenzar con el entrenamiento. Después de todo había soñado con aquel momento desde que tenía memoria, y por otra parte mantenerme ocupado era lo único que evitaba que mi cabeza rememorase escenas que no quería volver a recordar.

No obstante, ni siquiera en eso las cosas podían salir como esperaba. De alguna forma me había pasado la primera semana metido en la maldita enfermería, lo cual influyó directamente en mi estado de ánimo y por consiguiente en el del mi pobre compañero de habitación.

—¿Es que no entiendes el significado de la palaba descansar? —se quejó Seth llevándose las manos a la cara.

Estaba tumbado en una de las camas de la enfermería. Eran considerablemente más cómodas que las de nuestras habitaciones y las sábanas no olían a rancio, por lo que estaba seguro de que Seth estaba más que contento con nuestro inicio en el ejército.

No se podía decir lo mismo de mí.

Pateé las sábanas que la enfermera se había esmerado en remeter por entre los pliegues hacía unos minutos y pisé el frío suelo descalzo. Eran baldosas de algún material que no conocía, de un color arenisco y con patrones extraños sobre la superficie. El resto de la sala era blanca. Paredes blancas, techos blancos, muebles blancos, sábanas blancas... Incluso las ropas que me habían dado en lugar del uniforme eran blancas. Me pregunté quién se encargaría de la decoración. Todo aquel simbolismo no era para nada sutil.

Llegué hasta la ventana, que la enfermera había cubierto con las cortinas casi por completo y las retiré de un tirón. La claridad se filtró de golpe, rebotando por las paredes. Escuché a Seth gruñir mientras se removía en la cama. No le hice ni caso. Una vez mis ojos se acostumbraron a la iluminación, me senté en el alfeizar, prestando atención al pequeño cofre en mis manos.

Aidan nos había estado enseñando a forzar cerraduras durante los últimos días a Noah, Thomas y a mí. Al principio los tres habíamos pensado que era una habilidad genial y lo habíamos tomado con ganas, pero tras días de intentos sin ningún resultado, nos habíamos ido desmotivando. El único que aún intentaba abrir aquel maldito cofre era yo. Dan había asegurado que su contenido nos sorprendería a todos y que valdría la pena todo el esfuerzo, pero sinceramente, en aquel punto ya solo trataba de abrirlo por una cuestión de aburrimiento y terquedad.

Introduje la ganzúa en la cerradura y estuve retorciéndola con cuidado de no cargármela. Bastantes había perdido ya; no tenía ni idea de dónde las sacaba Dan, pero tampoco me molesté en preguntar. Estaba convencido de era capaz de sacar diamantes de un montón de estiércol.

Cuando me estaba dando por vencido por cuarta vez aquel día, hubo un clic. Pensé que la ganzúa se había vuelto a romper, pero cuando vi que el candado caía en mi regazo, estuve a punto de gritar de alegría. De repente me sentí emocionado, incluso nervioso, mientras extendía la mano y por fin dejaba a la vista lo que había dentro del cofre.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora