CAPÍTULO 34

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Una densa nube de cenizas lo cubría todo, haciéndome imposible ver nada más allá de mis propias narices. Me cubrí la boca con la manga de mi camisa, ahogando la tos que me sacudía, y con la otra me rasqué los ojos, llorosos por el humo. No sabía de donde venía, lo único que tenía claro era que estaba en todas partes, envolviéndolo todo.

Avancé a tientas sin saber muy bien a dónde, consciente de que tenía que salir de allí; me estaba asfixiando. A lo lejos, distinguí unas voces, e inconscientemente, corrí tras ellas, esperando escapar del humo y las cenizas. No obstante, cuanto más me acercaba a ellas, más pesado se hacía.

Las voces dejaron de ser simples voces, para pasar a ser gritos que pedían socorro. No podía entender lo que decían, pero la desesperación en ellas lo hacía obvio. Apreté el paso, hasta convertirse en una carrera, y corrí durante lo que me parecieron horas mientras jadeaba en busca de aire limpio.

Atravesé la cortina de humo justo cuando no podía más, cuando mi visión era borrosa y la cabeza me punzaba horriblemente, producto de la falta de oxígeno. Caí al suelo, y estuve allí un buen rato, sin poder levantarme mientras el mundo daba vueltas a mi alrededor. Cuando conseguí volver en mí, deseé no haberlo hecho.

Frente a mí, llamas azules se extendían hacia el infinito, quemándolo todo a su paso, reduciéndolo a la nada. Intenté escapar de aquel horrible lugar, del fuego y del calor, cuando los lloros de unos niños me detuvieron. Venían de dentro lo que parecía una pequeña casa de madera en llamas, y pude sentir el miedo que venía de ellos.

Sin pensármelo, salté dentro de las llamas.

Algo dentro de mí había pensado que no me harían daño, aunque no tenía muy claro de dónde venía ese sentimiento. Estaba equivocado. El fuego, como cabría esperar, incendió mis ropas, mis manos, mi cuello, mi rostro, y cada parte de piel que tenía expuesta. Me tiré al suelo y rodé entre gritos de un lado a otro de la sala, en un intento por extinguirlo hasta que choqué con algo.

Un cadáver.

Pero no cualquier cadáver, sino un oscuro. Por su largo cabello, pude deducir que era una mujer, aunque su rostro estuviese deformado horriblemente por las llamas. Tras ella, otro oscuro la abrazaba firmemente. Tampoco él parecía tener vida.

Los llantos de los niños volvieron a escucharse. Estaban detrás de un sillón ardiendo, abrazados el uno al otro, y me miraban asustados. Tú, me dijeron, tú has hecho esto, y sus voces retumbaron con una fuerza demoledora en mi cabeza. Me tapé los oídos y escondía la cabeza entre las rodillas, intentando que parasen, suplicando que lo hiciesen, pero no sirvió de nada.

Entonces el techo crujió sobre nuestras cabezas, y cuando miré hacia arriba, pude ver cómo una biga de madera cedía, justo sobre los niños. Me tiré hacia ellos, tratando de apartarlos de la trayectoria, demasiado lento, demasiado tarde. Los aplastó sin piedad, y el fuego, hizo el resto.

Me desperté sobresaltado, aun sintiendo el humo y las cenizas en mi boca. Me miré las temblorosas manos, y comprobé que la piel estuviese intacta, incluso si ya sabía que era así. Necesitaba asegurarme.

—Jae, ¿estás bien? —cuestionó Noah en la oscuridad—. ¿Has vuelto a tener esa pesadilla?

, pensé, esa pesadilla otra vez. La misma desde hacía un año, repitiéndose una y otra vez, tan real que cada vez me despertaba con la misma sensación horripilante en el cuerpo, haciéndome sentir como una mierda por haber matado a gente imaginaria, cientos de ellos, puede que miles. Y ni siquiera eran gente, eran Oscuros. Entonces, ¿por qué seguía teniendo esa opresión en el pecho?

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora