CAPÍTULO 28

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Justo en esa transición entre el sueño y la consciencia, pude distinguir las voces de Yoel y Alyssa discutiendo acaloradamente, además de exclamaciones y conversaciones que se interponían las unas a las otras. La cabeza me martilleaba y me sentía atontado, como si hubiese bebido un vaso de aguardiente. Incluso aunque nunca había bebido uno. No obstante, sabía que si abría los ojos solo podría ser peor, por lo que decidí seguir durmiendo tranquilamente.

Sentí traqueteos, más voces enojadas, y algunos alaridos de dolor. Puede que los míos, aunque no estaba seguro. Comencé a sentirme intranquilo, y traté de recordar qué había pasado. Ya no quería seguir durmiendo y aunque no se pudiese llamar sueño a aquello, tampoco podía despertarme del todo.

Recordé el calor, que parecía capaz de derretir todos los huesos de mi cuerpo y a todo aquel que se acercase a él. Recordé la luz cegadora que me envolvió, el estallido de algo en mi interior, deformándose, rompiéndose, y luego volviéndose a formar. Una y otra vez, una y otra vez. Recordé a Axel, con la cara sangrienta y una mueca de rabia. Y por último recordé a Caleb, medio inconsciente en el suelo sobre un charco de su propia sangre.

Abrí los ojos de golpe y fui recompensado con otro destello de luz, que si bien no tan potente como el de mi sueño, sí me hizo achicar los ojos, incómodo.

«¿Dónde estoy?» pensé utilizando mi mano a forma de escudo para protegerme del sol.

Incorporándome, pude ver al fin que me encontraba en el claro de un bosque, rodeado de altos árboles y vegetación. Una ardilla pasó corriendo justo delante de mí, y durante unos segundos, se paró y clavó sus brillantes ojos en los míos. A continuación volvió echarse a correr, escalando una roca grande y redondeada, para luego subir por el tronco de un árbol. Me puse de pie y me acerqué al árbol por el que la ardilla había trepado hacía un momento, y me fijé en una inscripción tallada en el grueso tronco. La identifiqué al instante porque la había tallado yo mismo, junto con Katherine, unos cuantos años atrás.

No estaba en un bosque cualquiera, estaba en mi bosque.

Pasé la mano por la superficie grabada, sintiendo los patrones que la conformaban. No tenía ningún significado en concreto, simplemente era una marca que indicaba que habíamos estado en aquel lugar. Que nos pertenecía.

—No tienes muy buen aspecto —dijo una voz dulce y cantarina a mi espalda. Una voz que reconocí de inmediato.

Me di la vuelta lentamente, temiendo haber imaginado lo que acababa de escuchar, que no fuese más que producto de mi imaginación, mientras el vello se me ponía de punta y mi corazón comenzaba a latir desenfrenadamente.

—Katherine —susurré cuando al fin la tuve en mi campo de visión.

Estaba tan guapa como siempre, con su sonrisa segura y su cabello recogido en una larga trenza. Llevaba el vestido que tanto le gustaba, uno largo de color verde oscuro, con bordados de color plateado que hacían juego con sus ojos, los cuales me estudiaban con expresión calmada.

—No estés tan sorprendido. ¿De verdad pensabas que te librarías de mí tan fácilmente? —preguntó con una gran sonrisa, dando un par de pasos en mi dirección.

—Pero los Oscuros nos atacaron, vi cómo se te llevaban... —comencé a tartamudear. Me acerqué inseguro, y extendí mis manos hacia las suyas, esperando que al tocarla pudiese reconocer si aquello era real o no. No lo hice, retirándolas con brusquedad. En el fondo ya lo sabía—. Te busqué por todas partes, y no pude encontrar un solo rastro. Pero no me rendí, iba a llegar hasta ti, de una forma u otra.

—Lo sé, siempre has sido un cabezota sin remedio. No eres de los que se rinde. —Esta vez fue ella quien dio un paso hacia adelante. Inconscientemente, retrocedí—. Es solo que incluso las mayores fuerzas de voluntad, a veces sin insuficientes.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora