CAPÍTULO 23

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Una alarma hizo que me despertase sobresaltadamente. Era un sonido penetrante y desagradable, que parecía anunciar el mismísimo fin del mundo. Sudando, salté desde una de las literas de arriba, que la noche anterior había reclamado como mía. Pensé que me encontraría con un grupo de Oscuros en la puerta del dormitorio, o tal vez con Alyssa junto a un grupo de soldados, esperando para llevarnos a la horca. Medio dormido como estaba, estuve a punto de dejarme los dientes en el suelo.

Me estabilicé como pude apoyando la mano derecha en el suelo, me puse en pie y corrí hacia la puerta, pasando las camas de Thomas y Noah, aún desorientados.

Asomé la cabeza con precaución y observé el largo pasillo, tratando de encontrar la dirección desde la que venía el inquietante sonido.

Una puerta se abrió cerca de mi posición y de ella salieron dos chicos. Eran mucho mayores que yo, y uno de ellos era incluso más alto que Seth. Los dos iban vestidos con pantalones negros y botas militares, además de unas camisetas blancas con el símbolo del Ejército Imperial bordado a la altura del pecho.

El más bajo de ellos parecía tener la edad de Ronan, tal vez algo más. Tenía la piel del color de la canela y lucía su cabello castaño algo largo y despeinado. Tenía una mueca de disgusto mientras seguía al mayor de ellos. Aunque estaba considerablemente más delgado que su compañero, su camisa se ajustaba de tal forma que podía ver los marcados músculos de sus brazos. No tenía ni idea de si el entrenamiento nos haría luchar entre nosotros, pero recé a Azriel porque no me tocase con ninguno de ellos.

El otro chico debía rozar la veintena. Era la edad a la que las familias de renombre solían enviar a sus hijos mayores al ejército, justo como podrían hacer hecho mis padres conmigo en otras circunstancias. También tenía el cabello castaño claro, aunque a diferencia del otro chico, él lo llevaba recortado al estilo militar. Estaba incluso más fuerte que su amigo, y conforme más se acercó a mí, más me impactó su descomunal tamaño.

—¿Y tú quién coño eres? —preguntó percatándose de mi presencia.

Tuve que inclinar la cabeza hacia atrás para poder mirarle a los ojos. En cuanto nuestras miradas se cruzaron, deseé no haberlo hecho. Había algo frio y penetrante en ella, algo que me hizo quedarme en el sitio, incapaz de moverme o responder a su pregunta.

—¿Quién narices es este niño? —repitió volviéndose hacia su compañero— ¿Tú lo sabes, Leo?

Leo simplemente se encogió de hombros, con expresión aburrida. A diferencia de mí, no parecía muy intimidado por su compañero, incluso aunque se pareciese más a uno de los tanques que había visto en los libros de armamento del ejército de mi madre, que a una persona.

—¿Y cómo quieres que lo sepa? Llevo aquí el mismo tiempo que tú, y no recuerdo haber perdido de vista tu fea cara en los últimos días, Axel.

Horrorizado, observé cómo insultaba al hombre tanque. Retrocedí esperando que Leo pagase su falta de respeto con sus dientes. Sin embargo, Axel simplemente se rascó la coronilla con aspecto pensativo, para volver a centrar su atención en mí segundos después.

La confusión que había plasmado su cara hacía unos instantes, fue sustituida por la furia, y agarrándome del cuello de la camisa, me estampó sin cuidado contra la pared. Un sonidito asustado se me escapó de los labios, mientras me retorcía tratando de librarme de su agarre. Aunque no me había dado directamente en ella, la herida de mi costado comenzó a molestarme.

—¿Es que estás mudo? Responde a mi pregunta.

Atraídos por las voces del "tanque", Noah y Thomas asomaron la cabeza por la puerta entreabierta de nuestra habitación. Mi mirada se encontró con la de Thomas. Sus ojos grises se agrandaron con sorpresa, pero al contrario de lo que pensé que haría, se abalanzó sobre Axel sin pensárselo.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora