CAPÍTULO 5

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—¡Por Azriel! —exclamó el chico al que acababa de derribar, mientras su voz se elevaba hasta no ser más que un desagradable chillido que me perforó los tímpanos. Su cabello, negro como las plumas de un cuervo, se le pegaba a la frente empapada en sudor, y el cuerpo, apresado bajo el peso del mío, le temblaba como una hoja atrapada en medio de una ventisca—. Vale, está bien chaval, cálmate. No voy a hacerte daño. —Aseguró en un intento por calmar más sus nervios que los míos.

Necesité de dos respiraciones profundas para convencerme de no arrearle un puñetazo en toda la cara. Si había algo que no iba a consentir, ni siquiera cuando había perdido todo lo demás, era que me tratasen como a un niño indefenso.

—Por supuesto que no vas a hacerme daño. Soy yo el que tiene un puñal sobre tu yugular —le recordé con frialdad, y diciéndome a mí mismo que por muy aliviado que estuviese de que no fuese un Oscuro, no por eso debía fiarme más de él.

Tragó saliva fuertemente, y el movimiento de su nuez subiendo y bajando provocó que el filo de mi puñal cortase ligeramente su piel. La sangre descendió por su cuello, y mientras sus ojos se encharcaban, sentí una punzada de culpabilidad, algo que no había experimentado ni la primera vez que había encontrado un pequeño e indefenso conejo en una de mis trampas.

—¡Seth! —gritó alguien, consiguiendo sobresaltarnos a ambos, y haciendo que volviese a apretar el puñal, que casi sin darme cuanta había retirado, nuevamente contra su cuello.

De detrás de los arbustos aparecieron corriendo dos niños que a lo sumo eran un año mayor que yo. El más bajo tenía el cabello castaño, aunque casi tan oscuro como el chico al que había derribado, y sus regordetas mejillas tenían un fuerte tono rojizo, bien por la carrera que se había dado o bien por la situación en la que nos encontrábamos. Sus ojos negros, volaban frenéticamente desde el chico tendido en el suelo, cuyo nombre debía de ser Seth, hasta el puñal en mi mano.

El otro chico tenía el cabello algo más largo y tan claro como el color de la plata líquida, cubierto con una boina que le daba un aspecto refinado. Sus ojos, de un gris ceniza, a pesar de que mostraban algo de preocupación, no parecían tan alarmados como los de su compañero. Es más, la postura despreocupada de sus hombros y la forma en la que mantenía las manos en sus bolsillos, lo hacían verse casi relajado.

—Noah, Thomas, ¡os dije que os escondierais hasta que yo regresara! ¿¡Cómo os atrevéis a desobedecerme de esa forma!? ¡Sinvergüenzas, si salimos de esta os voy a enseñar yo a respetar a vuestros mayores! —les riñó Seth, mientras se ponía tan rojo, desde el cuello hasta las orejas, que pensé que estaba a punto de estallar—. Mocosos desconsiderados, uno hace de todo por ellos para que vengan y... —Siguió refunfuñando bajo mi atónita mirada, olvidando que lo seguía apuntando con un arma, como si eso fuera secundario a su desproporcional enfado.

Sin previo aviso, el chico regordete empezó a llorar desconsoladamente. Las lágrimas corrieron por sus mejillas como las aguas de un torrente, y su aflicción fue tal, que me descubrí a mí mismo en la extraña necesidad de consolarlo, de igual forma que querrías arrullar a un recién nacido para frenar su llanto.

—Por favor, no le hagas daño a nuestro amigo —balbuceó tratando de contener un puchero sin éxito, e ignorando el incesante monologo del amigo en cuestión.

—No llores Noah, estoy seguro de que este chico es buena gente. Apostaría mi brazo derecho a que no nos hará daño —aseguró el que debía ser Thomas, el de la boina sobre los cabellos plateados, mostrando una sonrisa y una confianza dignas de admirar. O dignas de alguien que acaba de salir de un loquero.

Entonces, con toda la seguridad del mundo, dio unos pasos hacia adelante, quedando a escasos centímetros de mí y su abatido amigo y, sin perder la sonrisa, me tendió una mano.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora