CAPÍTULO 31

288 67 8
                                    

Seth estaba teniendo un agradable sueño cuando lo despertaron de mala manera. No podía recordar de qué trataba, pero la sensación de calidez siguió envolviendo su cuerpo incluso despierto. Si ya se hubiese sentido molesto al despertarlo en un día normal, aquella noche precisamente le sentó doblemente mal.

Refunfuñó alisándose el cabello con las manos, dispuesto a echarle una buena bronca al idiota que había pensado que era buena idea molestarlo en mitad de la noche, pero al ver los ojos llenos de preocupación de Thomas, supo que algo había pasado.

Se incorporó de un bote, con el corazón en un puño y mil ideas agolpándose en su mente en cuestión de segundos. Primero pensó en Noah, en que le había pasado algo. Ese chico siempre andaba metiéndose en problemas desde bien pequeño, y aunque la gente solía pasar por alto sus meteduras de pata gracias a la inocencia que desprendía, los soldados no solían dejarse llevar por esas cosas, mucho menos Alyssa.

Luego pensó que a aquellas horas, Noah debía estar roncando desde hacía ya rato, por lo que suspiró algo aliviado al darse cuenta de que si algo le había pasado a alguien, al menos no había sido a él.

Pero era muy probable que sí a Jason, recapacitó, de nuevo agobiado. Era peor que Noah y Thomas juntos, y ya era decir. A veces se preguntaba cómo su madre se las había arreglado para criarlo sin volverse completamente loca; en unos pocos meses, Jason había conseguido provocarle tantos dolores de cabeza con sus imprudencias, que más de una vez se había replantado meterlo en una caja en la que con letras grandes pusiese: "se vende". No había podido hacerlo, sin embargo. El crío tenía sus momentos, y cuando lo miraba con esos enormes ojos azules llenos de nostalgia, no había forma de odiarlo.

Además, no habría podido colocarlo ni regalado.

Ese había sido siempre su problema, pensó; tenía un corazón tan grande que no le cabía en el pecho. Eso y que era tan guapo que resultaba irresistible para el ojo humano. Sinceramente, resultaba agotador.

Y entonces, antes de darse cuenta, estaba pensando en Ronan.

No era el tipo de persona que se metía en problemas o necesitaba vigilancia, de hecho, era más bien todo lo contrario. Y sin embargo, por algún motivo no puedo evitar angustiarse pensando en que tal vez le había pasado algo. Su respiración se aceleró de forma exagerada. Un peso se asentó en su pecho, oprimiéndolo. No fue hasta que lo vio en el otro extremo de la habitación, con el cabello revuelto y los ojos entornados, que pudo volver a respirar tranquilo.

—¡¿Me estáis escuchando?! —preguntó Thomas.

Por la urgencia en su voz se dio cuenta de que llevaba tiempo hablándoles. Aun así no contestó de momento, sino que se tomó unos instantes para inspeccionarle más detenidamente. No parecía herido, ni había nada que indicase que alguien más podía estarlo, por lo que Seth estuvo tentado de volver a echarse sobre la cama. Era Thomas, después de todo, así que no podía tomarse al pie de la letra todo lo que dijese o hiciese.

Su mente funcionaba de otra forma; lo que para él era muy importante, a menudo para el resto del mundo no era más que una estupidez. Como la vez en la que había entrado como un huracán a su casa, llorando a mares y asegurando que su amigo se había caído al río y no había vuelto a salir. A cualquiera le habría horrorizado pensar que se había ahogado, claro estaba, de no ser por el pequeño detalle de que su amigo era un sapo. Sobra decir que el sapo sabía nada perfectamente. Y daba bastante asco.

—¿Qué pasa, Thomas? —cuestionó Ronan, tratando sin éxito de suprimir un bostezo.

Su voz trajo a Seth de vuelta al presente, captando con el rabillo del ojo el gesto. Jamás lo admitiría en voz alta, pero le pareció adorable.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora