CAPÍTULO 25

351 72 27
                                    

La puerta crujió escandalosamente al abrirse y el macabro sonido mandó escalofríos a lo largo de mi columna. Pensé en lo que sería capaz de hacerme Alyssa si me descubría allí. Tal vez solo recibiría algún tipo de amonestación por desobedecer sus órdenes, pero yo había leído esa carta en la que claramente ordenaba matar a cualquiera que metiese las narices en sus asuntos, fueran cuales fuesen, por lo que estaba bastante seguro de que no tendría reparos en matarme a mí también si lo descubría. La cuestión era, ¿sabría que la había leído?

Si por algún milagro la había colocado en su sitio antes de sucumbir al pánico, era muy posible que mi expresión me delatase. No tenía ningún espejo a mano, pero sabía que la culpabilidad y el miedo estaban escritos por todo mi rostro.

La puerta se cerró, dejándome encerrado con Alyssa en aquella habitación, sin ninguna posibilidad de escapar.

«Tranquilízate, Jace» Me dije a mi mismo. «El entrenamiento no ha podido terminar aún, seguro que solo ha venido a coger algo, se irá antes de que pueda verte.»

Inconscientemente, llevé la mano hacia el puñal en mi bota. No es que me creyese capaz de poder con ella, y mucho menos capaz de matarla, pero de alguna forma era reconfortante tener el arma en mis manos. Me hacía sentir menos indefenso, aunque solo fuese una ilusión.

Escuché como se acercaba al escritorio bajo el que estaba escondido. No se molestó en abrir las cortinas, por lo que me tranquilicé un poco ante la posibilidad de que efectivamente solo estaba allí para coger algo y que se iría en cuanto lo encontrase.

Pero este pensamiento desapareció en seguida.

Como si hubiese sentido mi presencia, se quedó quieta justo frente al escritorio. Durante un instante, la habitación se quedó en completo silencio. Ni siquiera se podía escuchar el sonido de nuestras respiraciones. Fui vagamente consciente de que en algún momento había comenzado a llover. Ese debía ser el motivo por el que había vuelto antes.

El frío que había sentido antes había desaparecido por completo; en cambio podía sentir mi cuerpo ardiendo. Me había pillado, estaba seguro. Y justo cuando estaba pensando esto, cuando me sentí incapaz de contener mi respiración durante más tiempo, la sentí moverse.

Se trasladó hacia la izquierda de la sala, hacia el librero, y yo sentí cómo mi alma volvía a mi cuerpo. Me permití respirar profundamente en un intento por calmarme y hacer que mi cabeza volviese a funcionar otra vez. Seguí escuchando sus pasos, yendo de un lado a otro de la estantería mientras hacía pausas para sacar y hojear algún libro. Pero a pesar de que estábamos en un espacio cerrado y bastante pequeño, tuve que agudizar el oído para poder escucharla. Casi parecía que no quería que nadie la escuchase, como si no estuviese donde debía, justo al igual que yo...

Con sumo cuidado, me incliné hacia delante, tratando de asomarme para ver quien más estaba en aquella habitación. Me apoyé en el escritorio para no perder el equilibrio, y este crujió.

De nuevo me quedé de piedra, en un intento por no moverme ni un centímetro más. Pasaron unos interminables segundos en los que temí que aquella vez sí que no tenía escapatoria, pero después de unos instantes sin que ocurriese nada, volví a ganar algo de valentía y me incliné del todo para asomar la cabeza.

No había absolutamente nadie.

O al menos eso es lo que pensé antes de que una mano apareciera en mi campo de visión y me agarrara violetamente del cuello. Antes de que pudiese reaccionar, tiró de mí con una fuerza increíble, haciéndome salir por completo de mi escondite y estrellándome contra el suelo. De repente una de sus rodillas estaba sobre mi pecho y su mano sobre mi cuello, impidiéndome respirar y haciendo que tosiese con fuerza. Me retorcí intentando liberarme, pero solo sirvió para que aumentase la presión y mi herida ardiese; ya podía considerarse oficial, estaba jodido.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora