Capítulo Nueve.

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Día ocho.

Un fuerte dolor de estómago y cabeza me hicieron apretar el rostro.

Pequeños rayos de sol pegaban en mi rostro haciéndome querer despertar.

Abrí los ojos despacio evitando ser cegada por la luz.

En mi mano izquierda localice una aguja de suero, y una pequeña molestia en mi nariz me indicó que tenía puesto oxígeno.

Intente mover mi mano derecha pero algo me lo impedía.

La mano de Ruggero tenía sus dedos entrelazados con los míos.

Su cabeza reposaba en la camilla y sólo se escuchaba un pequeño ronquido.

- Ruggero -mi voz salió lenta, rasposa y tan baja que él no me escuchó-.

Apreté su mano y él brinco sobresaltado.

- ¡Karol! -chilló y se abalanzó sobre mi en un enorme abrazo-.

Su rostro se ocultó en mi cuello y sentí un suspiro de alivio en mi piel.

Se separó de mi con los ojos brillando y beso mi frente durante un largo rato.

- ¿Estas bien?

- Si, me duele la cabeza y él estómago como el demonio, pero estoy bien.

- Que susto me diste -sus ojos no se despegaron de mi en ningún momento-.

- ¿Qué paso?

- Valentina te encontró desmayada en el baño, tenías una droga por todo tu sistema, ¿Qué recuerdas de anoche?

- Bueno, llegamos al bar, bailamos y yo fui tras Jorge porque se estaba demorando con las bebidas, Robin me acompañó...

- ¿Robin? -interrumpió Ruggero-.

- Si, un chico agradable que conocí, bueno sigo, él me acompañó y como no vimos a Jorge nosotros pedimos algo de beb...

- ¿Recibiste una maldita bebida de su parte? -gruñó Ruggero interrumpiendo de nuevo-.

- No, yo vi al barman servirla, sólo fue una Coca-Cola, Robin agarró el vaso por la boca pero yo lo limpié - me encogí de hombros-.

- ¿Tocó tu vaso?

- Si -yo lo mire-.

- Ya veo -suspiró y paso sus manos por su cabello- Entiendes que pudiste haber muerto ¿Verdad?

- ¿Morir? - me exalté-.

- Si morir.

- ¿Mi familia lo sabe?

- Gastón me gritó en italiano por unas dos horas, tu madre no para de llorar y tu padre ha dicho que va a mandar a matarme si morías por llevarte a ese bar -se estremeció ante sus propias palabras-

- No es tu culpa -subí mi mano derecha y acaricié el rostro de Ruggero- ¿Qué hora es?

Ruggero miró en su reloj de mano la hora y luego me miró.

- Las cuatro de la tarde -acarició mi cabello-.

- ¿Dónde están los chicos?

- Iban a comer - Ruggero humedeció sus labios mirándome directamente a los ojos-.

Subí mi mano y la puse en la nuca de Ruggero.

Cerré mi mano en un puño sobre los rizos que se asomaban en el inicio de su cuello y tiré de la cabeza de Ruggero hasta que sus labios tocaron los míos.

Treinta. (Ruggarol) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora