Capítulo 26

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Narra Abby

Dylan y yo decidimos ir a su casa para cenar ahí.

Justo estaba esperando a Dylan para irme a mi casa cuando él bajó las escaleras con un enorme oso de peluche.

Observe, entre sorprendida y emocionada, al hermoso oso de peluche color crema con un moño morado en el pecho que Dylan tenía entre sus brazos.

-- Espero que te guste -comentó con una cariñosa sonrisa en los labios mientras ponía el oso entre mis brazos.

-- Dylan, está precioso -susurre, aun impresionada por su repentino regalo-. Muchas gracias.

Como muestra de agradecimiento deje el enorme oso en el piso y aparte el poco espacio que nos separaba para juntar nuestros labios.

Por algunos instantes fue un beso tierno, pero casi al instante se convirtió en algo mucho más profundo y lujurioso. Cuando menos me había dado cuenta, ya me encontraba recostada en el sofá, sin blusa y con Dylan encima de mi cuerpo.

Sus besos fueron descendiendo, y con ello, el deseo puro e intenso.

-- Dylan -dije en un débil y bajo jadeo-. Tengo que...irme.

Él ignoró mis palabras y siguió besándome. Aunque estaba perdida en el mar de sensaciones que sentía en aquél momento, era más que consciente que tenía que irme ya a casa. Así que traté de apartar a Dylan, pero como lo imaginaba, no llegué a mover ni un centímetro de su cuerpo.

-- ¿Qué pasa, Abby?  -preguntó después del quinto intento de querer separarlo. Se veía un poco molesto y quizá algo frustrado.

-- Tengo que irme. Se está haciendo tarde.

Dylan sonrió, aunque en ningún momento se apartó de encima de mi cuerpo.

-- Seré rápido -dijo en voz baja y ronca.

Traté de contener el deseo para irme ya de la casa de Dylan. Pero casi al instante toda idea de marcharme se esfumó de mi cabeza en el mismo instante en que los labios de Dylan encontraron de nuevo los míos.

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-- ¡Abby! ¡Abby!

Alguien comenzó a mover con brusquedad de mi cuerpo.  Aún adormilada, golpee en la mano a quien sea que estuviera tratando de despertarme. Sin embargo esa persona siguió zarandeando mi cuerpo y no tuve otra opción que abrir con lentitud y fastidio los ojos.

-- ¡Abigail, despierta ya!

Tardé unos segundos en acostumbrar la vista a la densa oscuridad de la noche hasta que vi la figura de una persona inclinada sobre mi cama.

-- ¿Qué sucede? -pregunté, extendiendo el brazo para prender la lámpara de la mesita de noche que estaba justo a un lado de mi cama.

-- ¿Tienes pastillas anticonceptivas?

Observé con irritación la expresión desesperada de mi hermana. Aparté la mirada de ella y vi la hora que marcaba el reloj de la mesita de noche.

-- Lissa, son las tres de la mañana, ¿No pudiste esperar unas horas más?

-- Lo siento -se disculpó-. ¿Tienes o no pastillas anticonceptivas?

Una sonrisa nerviosa apareció en el rostro de mi hermana. La observé unos cuantos segundos más antes de señalar a uno de los cajones del tocador.

-- Esta en ese cajón blanco. Tomalas y déjame dormir.

Lissa agarró las pastillas anticonceptivas mientras me sonreía con alivio.

RojaijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora