14. "Inconsciente"

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Los dolores físicos muchas veces no se comparan con el dolor de perder a alguien. Puedes haberte roto todos tus huesos pero si en verdad querías a esa persona, ese dolor no se comparará.

Eso estaban sintiendo mis amigos y familia en este momento. Los podía escuchar y de alguna forma ver, era como si estuviera fuera de mi cuerpo pero a la vez sintiera todo lo que el sentía.

Podía ver por primera vez a mi madre y a mi padre preocupados por mí, mi hermana llorando a mares en las sillas de espera del hospital, junto a ella estaban mis tres amigas llorando también.

Podía sentir su preocupación, podía sentir su tristeza y arrepentimiento. Podía sentir su dolor en mi pecho y me entraban inmensas ganas de llorar pero no podía, simplemente no podía.

Miraba mi cuerpo tendido en la camilla del hospital conectado a un aparato que medía mi pulso y latidos. Cada vez era menor la intensidad en la que mi corazón bombeaba sangre y mi pulso disminuía con el.

Mi cuerpo estaba destrozado, mi rostro estaba lleno de raspones y rasguños, mi ceja izquiera y labio superior partidos y las heridas frescas pero aún así conservaba un aspecto sereno. De mi cuerpo no puedo decir exactamente lo mismo, podía notar que mi pierna izquierda estaba rota al igual que mi mano izquierda estaba zafada de la muñeca.

Mientras el sonido que emite la máquina al lado de mi cuerpo disminuía su velocidad mi madre se derrumbaba en el suelo afuera de la habitación, presenciando todo a través de un vidrio transparente y yo, yo simplemente estaba empezando a dejar de sentir el dolor de mi cuerpo.

Poco a poco empecé a notar una brillante luz atrás de mí, era demasiado brillante para distinguir de que emanaba esa luz y sentí que debía ir hacia esa luz, sentía que me llamaba.

Luego de escuchar el tipico pitido que emitia la máquina cuando el corazón de esa persona dejaba de latir empecé a caminar lentamente hasta la luz brillante, pude notar que era una figura semejante a la de un humano y extendió su mano hasta mí incitándome a ir hasta Él.

Pero no quería, caminaba pero a la vez no quería hacerlo. No era correcto. No quería ver sufrir a mi familia por mi culpa a pesar de que ellos si me hicieron sufrir a mí, yo no quiero hacerlo. No quería dejar a mi familia y amigos.

Volví mi vista hasta mi cuerpo ya sin vida y vi como el doctor y los que le ayudaban trataban de revivirme, utilizaban esos aparatos metalicos que ponen en tu pecho para que el corazón vuelva a latir; sin embargo yo no sentía nada, me sentí alegre de por fin dejar ese sufrimiento.

Pero algo llamo mi atención evaporando mi alegría. Mi familia. Vi demasiadas lágrimas en todos ellos, estaban llorando por mí, por mi culpa. Entonces entendí que no podía irme, me necesitaban y yo los necesitaba.

Me volví a la figura y le di una sonrisa triste.

–No puedo –articulé–. No puedo dejarlos así, no lo merecen. Por favor, permiteme volver con ellos.

Pude observar como la figura sonreía y asentía a su vez. Se fue alejando sin apartar la sonrisa de su rostro hasta que al final desapareció.

Empecé a sentir como me dolía el corazón y caí de rodillas al suelo mientras con mis manos trataba de apaciguar el dolor en mi pecho, sin embargo era en vano. En lugar de disminuir el dolor aumentaba hasta que deje de ver y sentir todo.

(...)

Estaba inconsciente. De eso no había duda, pero aún así podía escuchar a las personas, todas mujeres, a mi alrededor.

Y eso era lo peor. Podía escucharlas pero no podía darles una señal de vida, no podía siquiera levantar mis párpados, eran demasiado pesados para poder moverlos.

El asistente de mi padre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora