12| La obsesión de Manuel

928 42 14
                                    


Después de estar encerrada en casa más de una semana a petición de Anastasia, me escapé una madrugada. Aproveché que mis tíos amanecieron fuera y que Amber estaba en un profundo sueño. Salí de casa abrigada porque aún continuaba la temporada de lluvias, con un pan en el estómago y algo de dinero en los bolsillos. Si me preguntan ahora, no sé qué quise probar con eso, pero seguro ya a ese punto de mi vida me había vuelto incapaz de tomar decisiones acertadas.

La noche anterior Anastasia me había recomendado reanudar las sesiones con mi psicóloga y en ese momento tuve un choque de realidad. Me sentí más miserable de la cuenta..., tonta. Pensando en ello caminé entre las densas nieblas que cubrían todo a mi alrededor. Era casi imposible ver algo, o a alguien, sin embargo, seguí mi camino contra la corriente.

Mi plan era llegar al parque, así que cuando lo logré me senté en uno de los fríos bancos y me quedé mirando a aquellos que se dirigían a sus trabajos y colegios.

—Personas sin problemas. ¡Qué dicha!

Jamás me hubiese imaginado lo que sucedió después. Y es que no, no estaba preparada.

—No puedes hablar con tanta seguridad de vidas que no conoces.

Reconocí esa voz. Era de quien día tras día me ordenaba café, acompañado de una macabra y fría mirada. Manuel.

Me levanté del banco y retrocedí unos pasos. La niebla aún no se había disipado y a mis espaldas un frondoso bosque amenazaba con recibirme junto a él. Sin dudas, aquella era una ciudad maldita, o tal vez quien solo tenía la dicha de conocer sus demonios era yo.

—¿Qué quieres?

—Hablar contigo. Nada más. —Levantó los brazos en señal de paz y se sentó donde yo estaba.

—Pero yo ya tengo que irme...—Hice silencio.

Quise gritarle muchas cosas, quise decirle que nosotros no teníamos nada qué hablar y hasta el mal del que se moriría, pero ¿era eso lo más recomendable? Manuel era alto, robusto. Con solo abrazarme lograría inmovilizarme y hacer de mí lo que quisiera.

—No me gusta que me mientan, Jackie. Acabas de llegar —dijo, nervioso, mientras se comía las uñas.

—Me hará mucho daño estar aquí afuera con este frío. Debo irme, y tú también.

Sonrió con la mirada puesta en el bosque, pero atento a cualquier movimiento de mi parte.

—Tú también me tienes miedo, ¿verdad? Él me dijo que no, que era seguro que tendría una oportunidad contigo, ¿por qué las mujeres son así?

No lo pensé mucho y comencé a alejarme, primero con pasos apresurados y luego corriendo. Lo que no sabía, o que no quise asimilar, era que Manuel medía casi un metro noventa y era deportista, por lo que llevaba ventaja conmigo.

—¿Qué quieres de mí? ¿A quién te referiste hace unos segundos? ¿Quién te dijo que tendrías oportunidad conmigo? —comencé a gritar cuando me tomó del brazo—. ¡Déjame!

Me tomó por sorpresa y enmudecí por unos minutos cuando comenzó a arrastrarme hacia el bosque. Lo hizo sin importarle mi resistencia o que haya recuperado la voz y estuviera gritando por auxilio. Estaba tratando con un loco, uno que no le tenía miedo a las consecuencias que sus actos les pudieran traer.

— Estoy harto de que todos me teman, de que se alejen de mí por un crimen que no cometí, así que, ¿por qué no darles verdaderas razones para temer? ¿Por qué no desquitarme el odio con la loquita del salón? Al fin y al cabo, nadie te creerá. Y bueno... somos iguales, Jackie. ¡Él tenía razón, somos tal para cual!

AQUEL QUE ACECHA [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora