Volveré

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Volveré

Habían recorrido muchos kilómetros en los últimos días, intentando evitar a los grandes grupos de caminantes, las hordas, como las llamaba Mara. Cada día que pasaba se preguntaba cómo era que las cuatro habían logrado sobrevivir, hacía casi dos meses que Roland las había dejado y medio año que David había sido devorado. Ahora únicamente estaban ellas solas, y sentía que toda la responsabilidad de continuar con vida recaía sobre ella, no creía soportarlo durante mucho más tiempo...

Las cosas se estaban complicando cada día que pasaba, ya no quedaban vivos de los que fiarse o a los que unirse.

La camioneta Ford Econoline estaba oculta de la carretera, Olga y las niñas estaban terminando de comer una lata de chili, que había encontrado por suerte en un bar. Mara sintió la necesidad de alejarse unos minutos.

—Voy a echar un vistazo —dijo por el otro lado de la ventanilla.

—No te alejes mucho —respondió Olga con cara de consternación, pues sabía que no podía impedírselo—. No sabemos si estamos seguras aquí.

—Por eso voy a mirarlo —contestó con cierto tono cantarín, alejándose del vehículo.

A pocos metros del automóvil, comenzaba la pendiente de una ladera, que le permitía tener una vista panorámica de la zona. Cuando hubo subido unos 10 minutos, trepó a un árbol y se sentó sobre una rama, a una altura suficiente para no ser cogida por un caminante. Recogió las piernas, se abrazó a si misma y apoyando la cara en las rodillas, Mara comenzó a llorar en silencio.

Hacía semanas que su mente, su cuerpo y hasta su alma se había acostumbrado a aquella rutina, no necesitaba extraer recuerdos de su mente para expulsar la pena que sentía en su espíritu. Las lágrimas salían tan sólo con relajarse, sabía que en unos minutos se calmaría y podría ponerse a pensar como necesitaba, como Olga y las niñas, Megan y Shelly, también necesitaban.

Los minutos pasaron...

—¿Por qué no volviste? —Preguntó al viento—. Si hubieras vuelto... yo te esperé, te esperé y te esperé, nunca volviste. ¡Me dejaste sola! —Alzó la voz con rabia—. Y ahora no sé que hacer... estoy cansada... no hay comida en ningún sitio, ni refugio, sólo caminantes...no sé que hacer, Roland... ayúdame... por favor —pidió al viento con un hilo de voz y esperó.

Un par de minutos después, se incorporó y se limpió las lagrimas de los ojos, desde el árbol podía otear el horizonte y una escasa parte del bosque, buscó la camioneta entre los árboles, la encontró en unos pocos segundos, era amarilla y destacaba con facilidad. Todo estaba tranquilo, no había peligro. Elevó la vista de la camioneta y vio una edificación grande en medio de la nada.

—¿Qué demonios... es eso? —se preguntó a si misma, había cogido la costumbre de hablar sola, apenas hablaba con Olga, y las niñas sólo requerían escucha y no conversación. Así que los coloquios más largos de las últimas semanas habían sido con ella misma como emisor y receptor... aún así en ocasiones discutía o se enfadaba.

Cogió los prismáticos que colgaban de su cintura, no eran muy buenos pero de algo la servirían. Observó un recinto vallado, compuesto por varias edificaciones y torres, con una arquitectura simple, limpia y funcional.

—Es una cárcel... —comentó observando—. ¿Esta vacía? Hay mordedores por delante, pero no veo ninguno por los patios. Sí, esta vacía— siguió teniendo su propia conversación.

Siguió observando en silencio aquel lugar, fantaseando con poder entrar tan solo en una de aquellas torres de vigilancia, allí tendrían más espacio que en la camioneta, y tras las vallas, podrían matar a los caminantes del campo con facilidad. Casi estaba apunto de llorar de la emoción, por primera vez en muchísimo tiempo, cuando vio que algo se movía. Una figura negra, un hombre en una moto se aproximaba a la cárcel por el campo de césped, y ella ahogó un juramento en su garganta, enfadada.

Flor Eterna © (The walking dead 3.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora