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Chloé deseaba decir algo como que la panadería de los Dupain apestaba o que debía ser inspeccionada por alguien de salubridad, o cualquier otra cosa que había dicho durante años, pero a la vez no quería; no podía. El olor a pan que ya conocía de las pocas veces que había ido pareció darle un abrazo de bienvenida. De verdad se sentía así cada vez que entraba, pero, incapaz de aceptar el buen ambiente, siempre terminaba diciendo algo despectivo e incierto sobre el lugar. Otra vez se encontraba ahí, solo que sin su padre o mayordomo, y, en vez de despotricar por su boca se sentó callada, incapaz de soltar veneno sobre el amable rostro de Sabine Cheng. 

Sabine colocó una bandeja de macarons frente a Chloé y Alya, y se marchó dedicándole una pequeña sonrisa a la rubia. Chloé se preguntó qué podría estar pasando por la mente de esa mujer. Ella no quería su lástima.

Alya soltó otro suspiro quejumbroso mientras volvía a cerrarle la llamada a Nino. Chloé tenía ganas de lanzar el celular lejos, hasta el casi insonoro ruido que producía al vibrar la estaba molestando. Estaba segura de que si veía que la volvían a llamar, tiraría el celular al horno de los Dupain.

Probó uno de los macarons. Sabía a limón. Deseó comer más pero sentía un nudo en el estómago y le dolía el vientre por las arcadas de la noche anterior. Tenía el uniforme del Françoise Dupont; mejor dicho, el nuevo uniforme. Gabriel Agreste había eliminado eso de usar faldas y corbatas del color que uno deseara. Diseñó un uniforme nuevo. Chloé llevaba la falda y el blazer negros, con el escudo de la institución a un lado. Su camisa era blanca y su corbata roja con franjas blancas. Se sentía absurda. Añoraba su falda blanca y su corbatín amarillo. Antes de haberse ido, Bridgette había bromeado con que ella parecía una asesina privada de los Yakuza(1) y Chloé la contraatacó recordándole que al final del verano ella también tendría que vestir así.

Ahora Chloé estaba esperando por el regreso de las Dupains, con Alya, en aquella panadería que pensó nunca volvería a pisar. Debía volver al instituto antes de que anocheciera, pero no pensó que ellas tardarían mucho, ¿o sí? Aunque los segundos se le hacían eternos allí sentada, condenada a escuchar a Alya quejarse de Nino Lahiffe.

—¡No puedo creer que esté actuando de esa manera! —gruñó Alya, dejando caer el celular con fuerza sobre la encimera.

Chloé abrió un poco los ojos. Aquella acción significaba peligro.

—No puedo ayudarte con nada de eso —espetó ella—. No me interesa y realmente no creo que Nino valga la pena.

—¿Qué dices?

—Novio defectuoso, consigue otro. —Chloé se encogió de hombros.

—Las personas no se pueden reemplazar como si fueran zapatos que ya no te quedan.

—¿Ah no?

—No, Chloé. —Alya rodó los ojos, sin poder creer lo que escuchaba—. Es complicado.

—Complicado no es mi estilo.

—Complicado no es el estilo de nadie. Sólo es algo que pasa. Aún así... ¿qué puedes decir tú? ¿Qué hay con Nathaniel?

Chloé arqueó una ceja. —¿Qué con él?

—Fuiste el motivo de su akumatización. Significa que le dio demasiada importancia a algo que hiciste... o a ti.

Chloé frunció el ceño y antes de que Alya pudiera insinuar cualquier otra cosa, su celular comenzó a sonar de nuevo.

—Te lo juro por lo que más quieras, Césaire, que voy a... —comenzó a decir Chloé. El maldito teléfono la tenía cansada.

Pero Alya no la escuchó. Tomó la llamada.

—¡¿Qué demonios está mal contigo, Lahiffe?! —gritó.

¿Quién es Hawk Moth? [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora