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Él encendió la alarma de la casa. ¿Ya era hora, no? La joven Dupain-Cheng llevaba rato encerrada en ese cuarto polvoriento con su hijo. Debían creerse los muy listos, como si él no se hubiera percatado de su presencia; como si él no hubiera desactivado la alarma a sabiendas de que ella iría a la casa esa noche. Salieron con un tiempo récord de dos minutos. Él no se sorprendió mucho cuando vio a otra figura acompañándola.

—Al parecer era cierto —dijo para sí mismo tras el ventanal por el que los observaba—. Mi ingrato hijo estaba escondiéndose bajo mi propio techo. No tiene importancia. Me ha facilitado el trabajo y... ya aprenderá a ser agradecido.

Observó por el ventanal hasta que los jóvenes desaparecieron de su campo de visión. Se preguntó si valía la pena seguirlos pero... No, qué pregunta tan estúpida; por supuesto que no valía la pena. Ellos regresarían a él de todos modos, ningún sentido tenía. Apagó la alarma.

Pensó en todas las formas con las que podría disciplina a su hijo, verdadera disciplina, no los disparates que escuchó mientras iban creciendo. Quitarle el juguete a un niño no sirve para disciplinar, mientras el juguete exista se las seguirá ingeniando para volver a tenerlo.

—Destruirlo, es lo que hay que hacer —susurró para sí.

Escuchó pasos en algún lugar de la casa, se dirigían hacia él. En ningún momento se asustó o alteró, ni siquiera cuando supo que había alguien detrás de él.

—¿Padre? —escuchó a Adrien detrás de él—. ¿Qué sucede?

Él no se giró en ningún momento. Sabía que a estas alturas poco le costaría a Adrien atar cabos sueltos... o tal vez no, lo cierto es que le tenía poca esperanza al chico. Era demasiado sentimental, algo terriblemente fatal. Trató de hablar con un tono de voz más grave, tratando de imitar a Gabriel.

—Estaba calibrando el sistema de seguridad. Disculpa si te he despertado..., hijo. De momento parece que todo funciona perfectamente.

—Padre... —escuchó cómo Adrien parecía querer acercarse más a él.

—Es mejor que vayas a dormir, Adrien. Mañana será la sesión en el Louvre. Yo también iré a dormir pronto, es tarde y tenemos responsabilidades mañana.

—¿Cómo estuvo Londres?

Demasiado sensible e insistente, pensó él, justo como su padre.

—Lluvioso, gris, simplemente Londres.

—¿Pudiste ver a Félix?

Me ves la cara todos los días, rió para sus adentros ante su chiste.

—Estaba estudiando —fue todo lo que dijo él.

—¿Está bien?

—Está vivo, supongo que está bien.

—¿Cómo llegaste tan rápido?

—Hacía buen tiempo; un vuelo sin complicaciones.

Adrien abrió la boca para preguntar algo más pero no se le ocurrió qué. De todos modos, ¿qué diferencia haría una pregunta más o una pregunta menos? Eso no haría que su padre fuera más distante o frío. No había una combinación de palabras que resultara mágicas para hacerle cambiar, para recordar que aún tenía hijos y que lo extrañaban; para recordar que ellos estaban ahí, al igual que solos que él.

No tan solos. Adrien tenía a Marientte... Bueno, no la tenía. Ni siquiera sabía dónde estaba o se había comunicado con ella, pero sabía que de ocurrir algo alguna de ellas, alguien, se contactaría con él. De momento no era seguro que él se pusiera a seguirles el paso, podría poner en peligro a alguien más, poner en peligro a su papá...

¿Quién es Hawk Moth? [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora