La brisa marina hace bailar las finas cortinas del ventanal de mi habitación. Apenas ha salido el sol pero no puedo dormir más. Me levanto de un salto. Son las seis de la mañana, me asomo y veo el mar en calma.
Yogui sigue durmiendo sin inmutarse. Gatos. Siento la temperatura fresca típica de un amanecer en la playa y decido bajar a dibujar, a vaciar, a lo que sea. Lo necesito. En la cocina me preparo un batido de plátano, arándanos y espinacas, lo pongo en un vaso para llevar y cojo mi bloc de dibujo y mi estuche de acuarelas. Apenas me arreglo.
Un vestido blanco de ganchillo holgado, largo y con la espalda al aire, unas chanclas y, eso sí, las manos llenas de anillos de piedras naturales. Herencias con sentimientos. Si llega Mark, que se espere. Decido dejar el móvil, apagado desde anoche, en casa. Necesito estar a solas conmigo misma. Mi casita está casi en primera línea de mar pero no da directamente a la playa. Y tengo la suerte de tener una vecina adorable, Esmeralda. Aquí todas las casas son de madera y lo característico de nuestro conchas colgando a modo de adorno. No lo dudé, ese iba a ser mi nuevo hogar.
Mark dijo que parecía estar construida a medida para mí. Me dirijo hacia el precioso muelle. Largo y extenso, de madera, que se interna hasta el mar repleto de puestos de comida típica, souvenirs y alguna que otra tienda local. Todos los puestecitos son de colores, para hacer juego con las casas del pueblo, y a pesar de estar casi toda la pintura desgastada por el contacto con el salitre del mar, le da un look aún más pintoresco y acogedor. «Todo lo que desgaste el mar queda bien», suele decirme siempre mi vecina Esmeralda. Una mujer de setenta años que vive con tres gatos adorables.
Decido sentarme en unas rocas casi debajo del muelle tocando con los pies el agua. A esta hora las gaviotas revolotean los puestos de comida en búsqueda de restos. La verdad es que la mayoría de localidades que forman la bahía de Monterrey son muy populares entre los turistas que vienen a avistar ballenas y otros animales marinos que tenemos la suerte de ver aquí casi a diario en verano.
Pero en particular Capitola es uno de los pueblos menos conocidos y eso es lo que siempre me ha enamorado de este lugar. Será por culpa de la terrible carretera de curvas que tenemos como único acceso.
La mayoría de visitantes que tenemos llegan a través del mar. Vienen al muelle, comen algo típico de la zona y vuelven al barco a seguir buscando ballenas. Por cierto, algo increíble y que, por culpa de saber que vivo aquí y puedo verlas cuando quiero, aún no las he visto. Es como esa gente que tiene piscina en casa pero nunca se baña, es el saber que tienes algo y no valorarlo. Me pasa un poquito con el increíble fondo marino que dicen que tenemos aquí. Tengo que hacerlo, voy a añadirlo a mi lista de cosas pendientes.
Recuerdo el mensaje de anoche de Paul, ¿cómo se me ocurrió semejante tontería? Me río para mis adentros y respiro. Cierro los ojos por un momento y me empapo del aroma del agua del mar, hace un poco de frío a estas horas pero me gusta.
Saco de mi bolsa el bloc y empiezo a dibujar, sin coherencia, solo trazos, en forma de autorretrato... Como aquel día en la cabaña en Canadá hace tantos años. Dibujo lo que me transmite el océano rodeando el retrato de mi cara. Siempre supe que quería acabar mi vida cerca de él. Qué irónico que ese final esté tan cerca. Al final parece que lo lograré. Qué pena... Me emociono por un momento. Contemplo mis pies descalzos sobre la arena, los muevo en un intento de acariciarla, agarro con fuerza un puñado de arena entre mis manos. La deposito encima de mi obra dejando que manche todo el lienzo. Hoy es uno de esos días que solo dibujo para fluir, para seguir viva. Empiezo a rememorar mi vida, y creo que no puedo quejarme. Siempre he sido muy soñadora y he vivido al límite haciendo todo aquello que me he propuesto. Se me escapa una lágrima al recordar mi corta e invisible historia. Siempre he querido dejar huella en el mundo, pero no ser famosa ni esas cosas, sino aportar mi granito de arena, hacer de este mundo un lugar mejor.
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Una mirada al océano
Teen FictionAurora es una artista libre e impulsiva que vive rodeada de velas en un precioso estudio frente a la playa de un pequeño pueblo al sur de California. Adora las piedras naturales, los gatos y andar descalza contemplando el cielo nocturno. Pero todo d...