Capitulo 31

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Me levanto con un dolor de cabeza descomunal. Ya hace dos días que se han ido y no he logrado salir de casa. Apenas he comido y el tiempo que no he pasado durmiendo abrazada a Yogui he estado llorando como un bebé. Esmeralda, que es muy lista, vino a verme anoche y me trajo unas empanadas de berenjena para que comiera algo. Estuvimos hablando y, aunque no le conté lo de mi enfermedad, sí le comenté mis sentimientos y lo perdida que estoy. En solo ocho días vuelve Mark para pasar aquí sus vacaciones y solo de pensarlo me entran ganas de vomitar. No quiero verlo y me temo que, por más que quería evitarlo, me va a tocar decirle que se ha acabado y que no quiero que vuelva. Es increíble el modo en que una se aísla cuando sabe que le queda poco tiempo.

 Para no hacer daño. Para no salpicar. No he encendido el teléfono desde que salí del aeropuerto y me aterra hacerlo y encontrarme mil llamadas y mensajes que no tengo fuerzas para gestionar. Pero tengo cosas que hacer. Marco el código PIN y nada más encenderse el sistema operativo aparecen treinta y dos wasaps, diez llamadas y dos SMS. «Más solicitada que nunca». Irónico. No abro ninguno. No tengo ánimos. Llamo a Flor y le pido que mande a un transportista cuando pueda para llevarse mi obra. Ya está acabada. Ella es tan dulce como siempre y accede a encargarlo hoy mismo para que la recojan mañana. La conversación dura escasos diez minutos en los que me cuenta que está poniéndose gordita y que ojalá nos veamos pronto. Yo finjo que todo va más daño a Narel de este modo, porque lo he obligado a hacer algo en contra de su voluntad. Pienso en John y Cloe, en la impotencia que deben sentir. Pero necesito alejarme de todos. Por primera vez en tres meses siento miedo de verdad. Ahora que no lo tengo a él. Miedo de que me encuentre mal y no haya nadie a mi lado. 

Todo lo que he fingido. «Quiero estar sola». «No quiero que nadie me vea mal». Es mentira. Me encantaría. ¿A quién no le encantaría irse rodeada de amor en los brazos de un ser querido? Pero no quiero hacer pasar por eso a nadie. Empiezo a rememorar todos los encuentros con Narel, las veces que nadamos juntos, las ballenas, el faro, el muelle, mi cama... Lloro tanto que voy a empezar a enfermar en cualquier momento. Rememoro todo lo que hemos logrado juntos, cuando salvamos a la pequeña ballena. 

Me pregunto si la habrá vuelto a ver. Y todos los planes que se prometió cumplir por mí. La lista que hicimos y luego olvidamos. La recuerdo como si fuera ayer.

 1. Salvar el planeta. Lo hice, lo hice un poquito al dejar de consumir plásticos. Mi madre siempre decía que pequeños cambios locales pueden contribuir a grandes cambios globales. Pienso en mamá una vez más. Qué injusta fui al no hacerle caso y no respetar su voluntad. Quizá por eso ahora me empeño tanto en hacer lo que yo quiero sin pensar en nadie más. 

2. Ordenar mi vida. Sin duda, está toda en orden, más de lo que hubiera imaginado. Mis cosas, mi obra, mi estudio, mi casa... 

3. Vencer mis miedos. Recuerdo a Apanie mirándome a los ojos de noche, a solas en medio del océano, y nadar con ella sin miedo. Logrado. 

4. Salvarle la vida a alguien. A la pequeña ballena. La hija de Apanie.

 5. Conseguir que alguien me haga cosquillas. Narel lo hizo sin esfuerzo.

 6. Plantar un árbol. Mierda, esta no la he hecho. Siento un pequeño impulso, un ápice de motivación. Y me digo que, aunque sea lo último que haga en esta vida, plantaré mi árbol.

 7. Crear una obra que emocione. Espero que les guste a Flor y a la gente de Nueva York. Y perdure más allá de mi recuerdo.

Una mirada al océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora