Capitulo 11

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L a casa aún está vacía. Subo a mi habitación, abro mi bloc de notas y apunto: Narel. Océanos en la mirada y un mundo por descubrir. Ha sido bonito coincidir contigo (tacho «contigo» y corrijo) con vosotros, en esta vida. Búscame en la siguiente. Gracias, Sam. Gracias por enseñarme que existen los hombres de verdad. Ojalá seáis muy felices. —¿Qué miras así? —Le echo en cara al viejito de Yogui , que sigue en el mismo lugar y la misma pose que cuando me fui, mirándome con su peculiar carita blanca y negra. 

Suelta un pequeño maullido, porque sabe que le estoy hablando y se va de un salto. «Será gruñón...». Cierro el bloc y lo guardo en mi mesita. Bajo a por un té y me dispongo a cocinar mientras espero que llegue Mark.

 Abro la nevera y, al ver que apenas tengo nada fresco, salgo a comprar un par de cosas rápido. Enfrente de casa hay un puestecito de hemos hecho casi íntimos. Paso casi tanto tiempo ahí como en mi casa. Me gusta comprar los productos frescos casi a diario. Entro por la puerta del jardín que da a la cocina y empiezo a preparar un arroz integral de brócoli.

 Dejo la comida a fuego bajo y subo a cambiarme de ropa. Me pongo una camiseta de manga corta básica, unos pantalones tipo pijama de seda cortitos y me recojo el pelo. Preparo la mesa del jardín trasero que da a la playa y oigo un coche aparcando en la puerta principal. Trato de tomar aire. Debe ser Mark. ¡Qué situación más difícil! —¡Hola! ¿Hay alguien en casa? La voz de Mark me suena repugnante por un momento y luego trato de convencerme de que es Mark, mi Mark, y que es humano. Y como todo humano, comete errores. 

—Estoy fuera —le grito sin ningunas ganas desde el jardín. —Hola, cariño, lo siento muchísimo, menudo desastre de noche —se disculpa Mark, y ese «cariño» me suena sucio, frío y cruel. Lleva unos tejanos cortos y una camisa azul marino informal. Le observo unos segundos, su pelo castaño oscuro, su cara fina y angulosa. 

—Tranquilo —le contesto tratando de que no se me note. —Qué bien huele. Gracias por preparar la comida —me suelta como si todo fuera tan normal. Sé que nota mi mal humor, es que no puedo fingir más. Pero se hace el tonto porque él siempre evita los enfrentamientos y sabe que si me pregunta qué me pasa empezaré a recriminarle algo. Así que, para evitarlo, hace como de costumbre. Fingir que todo va bien. —¿Comemos? Mark asiente dirigiéndose a la cocina a por el arroz y nos ponemos a comer como si todo fuera normal.

 Lo admito, estoy fría y distante, apenas pregunto por cómo le ha ido la semana y menos aún por lo que le pasó con el coche. Creía que sería más fácil cuando leí su email a Thais y que podía perdonarlo, pero me temo que no me va a ser tan sencillo. Aun así, siento que debo hacerlo, por lo bueno que ha sido siempre, al menos que yo sepa, y por lo mucho que le he querido. Al terminar de comer me tumbo en el sofá a ver una película a su lado y me quedo dormida. He madrugado esta mañana y estoy sin ganas de nada. 

Recuerdo a la pequeña Sam y un atisbo de esperanza me hace casi sonreír. —Cielo, ¿te encuentras bien? —me susurra Mark tras dos horas de siesta de esas que más que relajarte te dejan el resto del día aletargada y atontada. —La verdad es que no muy bien. Anoche dormí mal —miento, pero prefiero decirle eso a contarle la verdad—. 

Me voy a dar una ducha a ver si me despejo. —Vale, ¿quieres que te prepare o te vaya a comprar algo? Él y su amabilidad constante. «¿Le hará lo mismo a Thais?», pienso intentando alejar a esa chica de mis pensamientos, aunque sin poder evitarlo me pregunto cómo será ella. Si será guapa, simpática... —Sí, porfi, podrías ir a por algo de helado. 

Necesito algo de azúcar. —¿Tu favorito de siempre? me digo: «Aurora, puedes con esto. Puedes». La imagen de la libreta debajo de mi móvil me hace sonreír. La cojo y al abrirla recuerdo que escribí a Paul. Me doy cuenta de que no he abierto el móvil desde anoche y que probablemente tenga alguna llamada y quizá su contestación. Con un poco de nervios cojo el teléfono y marco mi código pin. Veo un mensaje nuevo y lo abro enseguida con curiosidad. La imagen de Narel me atraviesa, pero solo por un instante. 

No puede ser de él. Paul: ¡Hola, Aurora! Qué bonita noche la de ayer en la azotea. Tienes que retratarme un día. Jejeje. Es broma, la esperanza nunca se pierde. Es el mensaje que planeé escribirte antes de descubrir que me habías dado un teléfono falso. Menos mal que te di el mío. Pensé. Sabía que algún día me escribirías. Aunque claro, creí que durante los días siguientes. Han pasado 6 o 7 años. Bueno, más vale tarde que nunca. 

¿Cómo va todo? Yo genial. «Qué vergüenza». Es lo primero que pasa por mi cabeza. Ahora mismo borraría el mensaje y haría como si nunca hubiera pasado, pero no me da la gana. Me fijo en su foto de miniatura del WhatsApp y la amplío. Él tomando algo en un Starbucks. Guapo y sonriente. Sin dudar, le contesto.

Aurora: Jeje, vaya, pensé que no te acordarías de mí. Yo genial también. Ayer vi tu teléfono en mi lista de contactos y pensé lo mismo que tú. Más vale tarde que nunca. 

Te debía un «Hola qué tal», como mínimo. Me alegra saber que todo te va bien. Un fuerte abrazo. Envío sin revisar lo que he escrito. Menudo morro tengo, tantos años después de una noche tan especial. Que aunque no pasara nada, fue una de esas noches, uno de esos chicos que te marcan un poquito. 

Al instante, él contesta: Paul: ¿Sigues en San Francisco? «Ostras, ¿y ahora qué?». Se supone que era la idea. Tomar ese café pendiente, esa cita que nunca tuvimos y se acabó, ¿no? Cita realizada. Chico tachado de la lista. ¡Exacto! Cojo la libreta y tacho el nombre de Narel. «Primera cita, prohibido volverle a ver», me digo.

 De repente me viene a la cabeza mi madre. No estoy muy segura de que ella aprobara este juego. Lo cierto es que ni siquiera sé si lo apruebo yo. Pero desde que empecé con la idea he sentido un poco de esperanza. De ilusión por algo. Aunque solo sea por un maldito café. Aurora: Nooo, pero estoy cerquita. Paul: Dónde? Vuelve a contestar al instante. Oigo la puerta de casa. Mark ha vuelto.

 Escondo el móvil debajo de la almohada y me meto volando en la ducha. ¿Se sentirá así Mark cuando me engaña? Me pregunto por necesidad y por rebeldía, me prometo otra vez olvidarme de mi enfermedad. Actuar como lo haría si siguiera pensando que estoy sana y que lo único que voy a cambiar de mi rutina diaria será hacer cada día todas aquellas cosas que me apetecen y que no hago por quedar bien, por cumplir o por vagancia. 

Así que sí, definitivamente sí tiene sentido lo que estoy haciendo con Mark y sí, pienso tachar a Paul de la lista. Así que a por una cita más. Salgo del baño con la toalla enrollada al cuerpo y el pelo rizado y húmedo. Veo a Mark sentado en la cama y por un momento me temo lo peor. «Me va a contar lo de Thais». —Cariño, toma un poco de helado, seguro que te alegra la tarde. Uf, menos mal, respiro aliviada. Solo ha subido a darme el helado. 

—Gracias. —Se lo cojo agradecida y Mark se levanta y me abraza. —Te he echado de menos esta semana. Ha sido una semana un poco rara. «Ya imagino, ya», respondo para mí misma. —¿Quieres un poco de helado para alegrarte el fin de semana? —le contesto repitiendo en broma lo que él me ha dicho. Se ríe y me besa la frente. —¿Tú compartiendo helado? Definitivamente te encuentras mal hoy. —Se ríe y baja las escaleras hasta el comedor. 

Oigo cómo enciende la tele y busca por Internet una película para pasar la noche. Me visto y me tumbo en la cama a leer una novela que compré el otro día en el mercado de segunda mano que montan en el muelle todos los martes. Que, por cierto, me encanta. El libro es una historia de amor de los años veinte que me tiene enganchada. Pero antes de sumergirme en la lectura cojo el móvil y tecleo sin pensar: Aurora: Cerca de Santa Cruz. 

¿Nos tomamos un café en San Francisco la semana que viene? ¿Viernes por la tarde? Doy a enviar sin creérmelo y niego con la cabeza al pensar que puede ser la cita más incómoda de mi vida. Ahora sí, abro el libro y me meto en la vida de esa pareja del siglo pasado.

Una mirada al océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora