Capitulo 12

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E l fin de semana con Mark pasa volando. Con la excusa de que no me encuentro bien y la entrega de unos bocetos para esta semana, me he pasado el finde pintando y descansando. Me he sentido tranquila y en paz, Mark ha estado haciéndome compañía y descansando también. Hemos hablado lo justo, bastante menos que de costumbre, pero imagino que él con todo el lío de emociones que debe estar viviendo también lo ha agradecido. La despedida anoche fue cálida pero sin fuegos artificiales. Le di un fuerte abrazo mezclado con miedo, cariño y bastante pena, no nos vamos a engañar. Pero me he prometido no pensar en él ni en Thais, bastante tengo con lo mío. Hoy, como todos los lunes, imparto clase de dibujo a los peques en mi pequeño estudio cerca del muelle, pero tengo ganas de hacer algo diferente, así que les preguntaré a sus mamis si les importa que demos la clase en la playa. Empieza el buen tiempo y apenas hay gente en la arena aún. Tras pasarme toda la mañana limpiando la casa me preparo para que me viene de familia, mi madre era incluso peor, cajas y cajas llenas de cosas. Elijo mi vestido favorito y voy a visitar a Esmeralda antes de irme. Hace días que no la veo y siempre suele estar en el jardín con sus tulipanes. —Buenos días, Esmeralda, ¿está por casa? —grito por la puerta de la cocina que da a su jardín. Tarda unos segundos en responder: —Aurora, bonita, pasa pasa. Entro descalzándome como de costumbre. Yo le pegué esa manía de no dejar pasar a nadie a casa con zapatos y a la mujer le encantó. —Buenas tardes, Esmeralda, hace días que no la veo por el jardín —le digo y descubro que está en su mesa que da al mar, frente la ventana, pintando una figurita de cerámica. —Ay, hija, que ahora me ha dado por la cerámica. ¿Qué le vamos a hacer? —Se ríe con la dulzura a la que me tiene acostumbrada—. Tienes limonada en la nevera y bizcocho de chocolate. —No, señora, ya me voy, tengo clase con los pequeños en unas horas, me voy a preparar un poco el estudio. Solo pasaba a saludar, hace días que no la veía por el jardín y empezaba a preocuparme. —Oh, tranquila, otro día. Gracias por la visita, en cuanto tenga más práctica te haré un jarrón —me contesta ella metida en su mundo. Pues nada, cada loco con su tema. —Me encantará, que vaya bien la tarde creativa. Me despido con un beso en la mejilla y salgo más tranquila hacia el estudio. Decido coger mi bicicleta vintage de color vainilla y coloco mi bolso en la cestita blanca que tengo delante. Desde que me he mudado a Capitola puedo permitirme el lujo de ir al estudio en bici e incluso andando, no como cuando vivíamos en Santa Cruz, que tenía que coger el coche sí o sí. Este cambio me gusta. La calle que va de mi casa al muelle es muy peculiar, recorre todas las casitas típicas del pueblo, dejando la montaña atrás y todo el tiempo con el paisaje del mar ante mis ojos. Siempre que voy en bicicleta me relajo y pienso en mis cosas, pero de repente un coche toca el claxon detrás de mí y me asusta. Justo cuando estoy a punto de girarme y maldecirle por no respetar a los que vamos en bicicleta, oigo la dulce voz de Sam desde la ventanilla: —¡Chica triste! Paro la bicicleta en un lateral y veo su cabecita asomando del cuatro por cuatro de Narel, que se para a mi lado. —Pero bueno, Sam, ¡qué guapa estás hoy! —le digo mientras saludo a Narel con la cabeza y acaricio la coleta de Sam. —Ha sido mi primer día de cole y ha sido superguay. —Oh, ¡qué bien! Me alegro un montón. ¿Vais para casa ya? —le pregunto mientras le dedico una mirada fugaz a Narel, que por cierto, qué guapo está con esa camiseta negra básica. Vuelvo a fijarme en su pelo rubio oscuro. El otro día no tenía barba pero parece que en estos tres días no se ha afeitado y la sombra que empieza a aparecer en su rostro le hace muy atractivo. Le da un look bohemio australiano que debe hacer caer rendida a sus pies a cualquier chica. Hoy sus ojos se esconden tras unas gafas de color marrón clarito, así que no puedo ver su mirada azul. Aurora aquello... No ha habido manera de hacerla callar. —Me sonríe algo sonrojado. —¡Qué bonita! —digo sin dar mucho crédito a por qué esta niña me ha cogido tanto cariño. —Es que yo quiero ir a tus clases de dibujo —suelta Sam con cara de indignación. —Sí, todo el día pidiéndome ir a tus clases. Me fijo en su todoterreno por un instante y veo que es un coche del estado. Con la bandera del condado dibujada en el capó y los laterales junto al rótulo: «Guardafauna de la bahía de Monterrey». Sin darme cuenta del cambio de tema radical le pregunto: —¿Trabajas de guardafauna en el pueblo? —Sí, bueno, en toda la bahía de Monterrey. Me encargo de los animales marinos autóctonos que viven y migran por esta zona. —Oh, ¡qué pasada! —suelto como si fuera una niña pequeña, siempre me ha producido tanta curiosidad y a la vez respeto el mar. Narel se echa a reír y repite: —¿Podría ir Sam a tus clases? —Oh, claro, per-perdona —tartamudeo como una idiota—. Ahora mismo voy para allá. ¿Quieres que me la lleve? —¿En tu bicicleta? —dice mientras señala mi bonita reliquia. —Iremos andando, está a cinco minutos. —¡Síííí, sííí, papi, porfi! —chilla Sam entusiasmada.

Una mirada al océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora