Capitulo 22

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Volvemos a la habitación para bajar las bolsas de ropa al salón cuando Narel me sorprende. Coge mi mano entre las suyas y me la acaricia.

 Le doy un fuerte abrazo sincero y él me acaricia la melena. 

Lo guío hacia el tocadiscos. Aún no lo hemos hecho nunca, aunque en el océano estuvimos a punto. Voy a hacer que suene música de fondo. No es que sea ñoña, es que quiero que sea especial. Como él. Elijo Drowning shadows de Sam Smith.

 Una canción preciosa y superromántica.  Él, de pie frente a mí, me mira a los ojos. Después de nuestro arrebato acuático se ha controlado mucho y ha sido siempre muy dulce. 

Pero me apetece desatar toda la pasión que él me molesta y no tengo miedo a nada. No tengo miedo a que me juzgue, ni a que me malinterprete.

En silencio. Respiro hondo y le contesto: —Tú para mí también... Ahí nos miramos, durante diez minutos mientras con sus dedos dibuja . —Bendita vecina tienes —bromea al recordar que Sam está con ella.

 Nos reímos como dos chiquitos que acaban de cometer una travesura y nos empezamos a incorporar por si llegan Esmeralda y Sam. 

—¡Anda ya! Será que estás enamorado.

 —Me atrevo a soltarle en broma. 

—Hasta los huesos.

 —Me contesta honesta y directamente. 

Siempre he pensado que el enamoramiento puede surgir en un encuentro de diez minutos, en el primer segundo de una conversación o al año de estar con alguien. 

Así como el amor sí que tarda, el enamoramiento, puede surgir en el momento menos esperado. No hay tiempos, no necesitas conocer a la persona. 

Sencillamente se siente. Lo sabes. Amar, sin embargo, sí conlleva tiempo, convivencia, y no siempre viene precedido del enamoramiento. Tantas personas que se aman pero nunca han estado enamoradas.

 Curioso esto del amor.

 A veces sucede tan deprisa, y a veces pasan años y nunca logras sentir un ápice de cariño. 

Preparo algo para cenar, ya son las ocho de la tarde, mientras Narel me ayuda a bajar bolsas y cargarlas en mi coche. 

Sam debe estar al caer, aunque conociendo a Esmeralda y lo mucho que echa de menos a sus nietos, que viven lejos y vienen poco, le habrá hecho ya la cena seguro. 

 —¿Estará bien Sam? —me pregunta él sin mucha preocupación.

 —¡Bien es poco! 

Pero vamos a buscarla ya.

Nos dirigimos a casa de Esmeralda y, como me temía, Sam está frente a la tele comiendo empanadas de champiñones y bebiendo zumo de naranja.

 Nos cuentan lo bien que lo han pasado juntas. Sam se levanta y me trae un paquete envuelto. Me sorprende con un precioso pote de cerámica que aún está algo húmedo, de color verde y amarillo. Lo cojo con cuidado. Es precioso.

Una mirada al océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora